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WhatsApp vs Comunicación
¿Alguna vez has tenido algún problema con alguien por no haceros entender a través del WhatsApp?, ¿alguien se ha quejado porque «le has dejado en visto» y no le has respondido a un mensaje?, ¿has tratado de solucionar un conflicto a través de este medio y te has quedado con la sensación de que no está bien resuelto?.
Seguramente hayas respondido sí a alguna de estas preguntas, y si no lo has vivido tú en persona, lo habrás visto a tu alrededor.
Las nuevas tecnologías están cambiando nuestra manera de comunicarnos, pero… ¿realmente podemos confiar en que los chats nos facilitan la relación con otras personas?. Está claro que permiten mantener el contacto, pero cuando surge algún conflicto, debemos cuestionar su utilidad.
Las habilidades de comunicación conforman la herramienta más eficaz para garantizar un buen entendimiento entre personas. Dependiendo de cómo alguien se exprese, su lenguaje no verbal, las palabras elegidas, el momento y el medio adecuado… su mensaje llegará de manera efectiva al oyente, o podrán producirse malos entendidos.
Hace un tiempo escribí una entrada sobre algunas estrategias a tener en cuenta a la hora de afrontar conflictos interpersonales (“Las 9 claves para salvar una discusión”). Ahí planteaba que cuando necesitamos hablar sobre un tema importante o gestionar un conflicto con otra persona, el mejor medio para hacerlo es cara a cara y en la medida de lo posible evitar hacerlo por teléfono, por e-mail, y por supuesto por cualquier tipo de chat.
Pero la realidad es que ya son muchísimas las personas que están muy acostumbradas al uso de las nuevas tecnologías, y al final el WhatsApp y aplicaciones similares están siendo utilizados como uno de los medios de elección para comunicarse y gestionar situaciones tensas a nivel interpersonal.
Veamos los motivos por los que se extiende su uso:
LA INMEDIATEZ: a través de un chat se puede iniciar o contestar un hilo de conversación prácticamente en cualquier momento y lugar. Con esta inmediatez nos creemos que podemos aliviar la tensión interpersonal que se crea cuando surge algún conflicto. Ese momento en el que has detectado algo que no te gusta y tienes que soltarlo. Pero ya os adelanto que esto no siempre es así; ni se resuelve, ni es tan inmediato.
EL ESCUDO: cuántas veces nos vemos diciendo (escribiendo) cosas que no nos atreveríamos a decir cara a cara; porque son muy directas, atrevidas, agresivas o inapropiadas. Por WhatsApp nos “envalentonamos” porque no tenemos que enfrentarnos directamente a la reacción de la otra persona cuando suelto la bomba. El poder de provocar es una de las armas que nos ofrecen los chats a la hora de enfrentar los conflictos, pero realmente ¿ayuda a solventarlos?.
EL CONTROL: este tipo de chats nos permite conocer el momento en que la persona recibe un mensaje, cuándo lo lee, y cuánto tarda en contestarlo.
LA PERMANENCIA: todo lo escrito queda ahí, y podemos volver a ello siempre que queramos. Aquí, las palabras no se las lleva el viento. En cualquier momento pueden convertirse en la mejor defensa o en un letal ataque.
Que estos elementos contribuyan al creciente uso de los chats para afrontar temas importantes no significa que sean apropiados, o que lo que nos ofrecen realmente supongan ventajas a la hora de favorecer la comunicación.
Todos estos elementos tienen su parte claramente negativa:
- Tomarse un tiempo para la reflexión es una herramienta psicológica que nos va a permitir un mayor control emocional y una mejor gestión de los conflictos. La inmediatez que ofrecen los chats no siempre invita a ser reflexivo desde un primer momento, ni nos ayuda a controlar las conductas impulsivas.
- Nos vemos obligados a limitar nuestro lenguaje verbal. La cantidad de palabras utilizadas suele ser considerablemente menor cuando utilizamos los chats. Esto va a ir en contra de las posibilidades de expresarse y de hacerse entender.
- Perdemos también mucha información al no contar con un lenguaje no verbal. El lenguaje no verbal son todos aquellos elementos que acompañan a las palabras que utilizamos y que enriquecen su significado. El tono de voz, la postura corporal, los gestos, la mirada,…, aportan una valiosa información para entender el mensaje que nos llega. Los chats han incluido los emoticonos como herramientas para completar el tono de la conversación, pero, claro está, no es lo mismo, ni de lejos.
- El propio medio invita a desarrollar conductas obsesivas y de control. Releer hasta la agonía determinadas conversaciones, buscar y buscar el significado y los motivos de las palabras del otro, tratar de interpretar cualquier acción (“tarda mucho en responderme”, “lo ha leído pero no me contesta”, “está en línea pero a mí no me está escribiendo”, etc.). Todas estas acciones invitan a generar rumiaciones y otro tipo de pensamientos negativos que pueden avivar los conflictos en vez de ayudar a solventarlos.
- Paradójicamente, la inmediatez que proporciona el medio no está relacionado con el tiempo que se tarda en resolver un conflicto. De hecho, los tiempos se alargan. Entre que pienso lo que voy a decir, cómo lo escribo, lo tecleo, la otra persona lo recibe, lo lee, decide contestar, se piensa lo que va a decir y cómo, lo teclea y lo recibo yo de vuelta, pueden pasar desde unos pocos segundos hasta horas o ¡incluso días!. Yo siempre planteo a mis pacientes que varias horas de conversación a través de Whatsapp equivalen a unos minutos de conversación cara a cara.
- Otra particularidad es la subjetividad con la que interpretamos las palabras del otro. La entonación y el sentido que le damos a las palabras que recibimos los decidimos nosotros en función de factores que no siempre tienen mucho que ver con lo que la otra persona ha querido expresar. Pueden influir nuestro estado de ánimo, el tiempo que le podamos dedicar al mensaje, las expectativas que tenemos sobre lo que va a pasar, etc. Por poner un ejemplo, si yo le cuento a mi pareja por WhatsApp un posible plan y preveo que no le va a gustar, es fácil que, conteste lo que conteste, yo reaccione a la defensiva. Que me pone un “OK”, yo ya puedo pensar que es un mensaje muy escueto y que seguro que está molesto. Que me pregunta algún detalle sobre el plan, puedo pensar que ya va a empezar a ponerme pegas. Que tarda un rato en responderme, yo puedo ponerme impaciente y considerar que no le ha gustado. Y así sucesivamente.
Los fallos en la comunicación pueden generar muchos malos entendidos y el Whatsapp y otros tipos de chats ofrecen una comunicación llena de carencias.
Los chats pueden resultar útiles para contactar, transmitir una información neutral o como forma de esparcimiento. Pero no sustituye a las habilidades comunicativas de una persona.
Hagamos un uso práctico y responsable del Whatsapp.
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Decir no sin culpa, ejemplo de asertividad
Seguro que a ti también te ha pasado: ¿has sentido rabia al estar haciendo algo por alguien que no tenías pensado y ni te apetece?, ¿te has enfadado contigo mismo por verte envuelto otra vez en una situación que no deseabas?, ¿te has sentido incómodo cuando te han pedido un favor o te han insinuado que hagas algo que te parece injusto o cuanto menos desequilibrado?
Sí, ¿verdad?
Aprender a decir NO y resolver bien determinadas situaciones sociales es parte de eso que los psicólogos llamamos ASERTIVIDAD.
La asertividad engloba muchos más aspectos además del famoso “saber decir que no” a una petición que no nos conviene. Es el tipo de respuesta que damos para resolver bien determinadas situaciones sociales donde hay algo de tensión (malos entendidos, desacuerdos, diferencias de opinión, reclamaciones, cambios, ambientes competitivos, etc.).
Si nos situáramos en un continuo, la asertividad estaría colocada en el medio, entre el extremo de la sumisión y el extremo de otras formas de respuestas más agresivas en las que se pasa por encima del otro para conseguir los objetivos.
La buena noticia es que podemos aprender a manejar mejor esas situaciones interpersonales.
¡La asertividad puede entrenarse!
Con mucha frecuencia se trabaja en psicoterapia como parte de los objetivos del tratamiento psicológico. Y es que el mundo de las relaciones interpersonales da lugar a numerosos conflictos o situaciones de tensión que pueden influir en la respuesta emocional de la persona.
Muchos pacientes me preguntan por qué les pasa, por qué les cuesta tanto decir no cuando tienen bastante claro que lo que le piden va en contra de sus propios deseos u opiniones.
Las principales dificultades que se experimentan a la hora de denegar la petición de alguien son el sentimiento de culpabilidad y el miedo a defraudar, a decepcionar o a ser rechazado por la otra persona.
Evidentemente el origen por el que cada persona exhibe este tipo de respuestas menos asertivas depende de cada caso, y necesito conocer la historia personal de cada paciente para poder dar una respuesta aproximada a estas dudas.
En ocasiones, el origen, está relacionado con el estilo educativo que hemos recibido, donde predomina la sumisión, la obediencia o la complacencia, o donde se da excesiva importancia al qué dirán y se estila el quedar bien con todos. En otras ocasiones nos hemos desarrollado en un ambiente algo hostil, donde hemos presenciado muchos conflictos y discusiones; generamos una baja tolerancia a la tensión interpersonal y tratamos de evitar a toda costa cualquier tipo de conflicto.
En las personas que han vivido situaciones de maltrato, negligencias o algún otro tipo de experiencia traumática, suelen aparecer con frecuencia respuestas poco asertivas y dificultades en las relaciones interpersonales en general.
Y ahora vamos a centrarnos en el objetivo de este artículo, ¿qué necesito para aprender a decir no?
Lo primero es quererlo, es decir, necesitamos DETERMINACIÓN: estar convencido y decidir querer hacer prevalecer nuestros derechos asertivos.
Esta tarea no siempre resulta tan fácil como parece, y es donde en terapia podemos necesitar más ayuda: creernos válidos, dignos y seguros de nosotros mismos (en especial en situaciones de TRAUMA).
Aquí os dejo una consigna que tenemos que tener siempre presente:
“Mis deseos, mis necesidades y mis opiniones son tan importantes como las de los demás”
Esta determinación está relacionada con el RESPETO a nosotros mismos. No acceder a las peticiones del otro implica también atender a tus propias prioridades y circunstancias.
“Decir sí a la petición de otros puede ser decir no a nosotros mismos”
Una vez que nos sentimos empoderados, que sentimos que tenemos derecho a decir NO, ¿cómo lo hacemos?:
- Cuando vemos que alguien viene con la intención de pedirnos un favor podemos escuchar e interesarnos por sus circunstancias, incluso haciéndole preguntas. Con esto vamos a conseguir que la otra persona se sienta comprendida y escuchada. Le va a hacer sentirse bien y cómoda contigo.
- Cuando ya nos ha hecho esa petición, debemos reflexionar sobre la misma antes de dar una respuesta: calibrar lo que me está pidiendo, el tiempo y el esfuerzo que me puede llevar, si es una tarea que me apetece hacer o no, si me complica continuar con mis planes,…. Y en caso de necesitar más tiempo, simplemente se lo pedimos: “déjame que lo piense y te digo algo”.
- Cuando ya tenemos claro que no nos interesa acceder a la petición del otro, simplemente decimos NO. Podemos utilizar expresiones como: “no me viene bien”, “no me apetece”, “no va a ser posible”. Tienes derecho a decir no, simplemente no, sin perderte en excusas, excesivas justificaciones o “mentirijillas” para salir del paso.
- Es muy normal que cuando nos negamos, la otra persona trate de insistir. La respuesta puede seguir siendo un firme NO.
- Si lo consideramos oportuno podemos tratar de ofrecer otras alternativas a la petición.
- Pero a la hora de negociar hay que tener varios aspectos en cuenta:
-
- Ambas partes tienen que tener la posibilidad de expresar sus necesidades desde una posición equilibrada. Recuerda “tus necesidades, tus deseos y tus opiniones son tan importantes como las de los demás”.
- Buscamos relaciones “win-win”, ambas partes ganan. Al conocer lo que las dos partes quieren, se puede encontrar ese punto en común que satisfaga a ambos.
- Si no es posible encontrar otra alternativa, simplemente no hay trato.
- Si yo considero que con mi actuación o comportamiento no estoy faltando al respeto a la otra persona, aunque se enfade, no tengo por qué cambiar de decisión. Es la otra persona la que puede hacer por respetar mis motivos, gestionar su propia frustración y buscar otra alternativa de solución a su problema que no me implique a mí.

Ser asertivos nos convierte en personas interesantes, atractivas, coherentes y fieles a nosotras mismas.
Ser asertivos nos ayuda a generar y mantener unas relaciones sociales sanas.
Ser asertivos evita los miedos, las inseguridades y las limitaciones en los entornos sociales.
Ser asertivo se aprende, pero necesita práctica y constancia. Empieza por situaciones más o menos fáciles de resolver para ir entrenándote y poder dar también esas respuestas asertivas en ambientes más exigentes.
Si tienes dificultades para conseguirlo, ¿por qué no pedir ayuda profesional? Otras personas ya lo han hecho y han conseguido ciertos logros y mejoras en sus vidas: expresar abiertamente sus necesidades dentro de su relación de pareja, defender sus intereses en su entorno de trabajo que empezaba a ser abusivo, intercambiar abiertamente opiniones en su grupo de amigos, romper lo que se había convertido en un hábito por hacer tres veces seguidas el mismo favor, etc.
¿Quieres sentirte satisfecho con tu forma de responder en determinados entornos?, ¿te gustaría tener una guía que te acompañe en tu objetivo de ganar asertividad?, ¿consideras que tienes ciertas dificultades psicológicas que necesitas mejorar?
Entra en el apartado de CONTACTO y empieza a tomar las riendas de tu vida.
En Decide Psicología podemos ayudarte,
en Decide Psicología sabemos cómo ayudarte.
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Pequeños grandes placeres
Para sentir la felicidad no es necesario tener mucho dinero, no es necesario tener pareja, no es necesario estar de vacaciones en un lugar idílico, no es necesario poseer muchas cosas… Para sentir la felicidad es necesario saber apreciar las pequeñas cosas que la vida ofrece, saber reconocerlas y permitirte unos segundos para disfrutarlas.

He dedicado algo de mi tiempo a reflexionar sobre esas situaciones sencillas, positivas, que me hacen sentir bien, y he descubierto que muchas de ellas pueden darse en un día normal de mi vida:
- Descalzarse y caminar por la hierba fresca.
- Ponerte ropa cómoda al llegar a casa después de un día de trabajo.
- Comer fruta recién recogida del árbol.
- El olor a humedad en las tormentas de verano.
- Mirar al horizonte desde cierta altura.
- Meter los pies en agua fría después de hacer deporte.
- Disfrutar de una reunión de amigos sin ninguna prisa.
- Saber que has acertado con el regalo perfecto.
- La satisfacción de un trabajo bien hecho.
- Dormir en tu cama con sábanas recién lavadas.
- Las risas contagiosas.
- Un buen libro.
- Escuchar en la radio una de tus canciones favoritas.
- Un abrazo de los que te recargan las pilas.
- Cuando te duele la cara de tanto reírte.
- Observar tranquilamente un bonito atardecer.
- El olor de los bebés.
- Recibir una llamada de alguien a quien estimas mucho.
- El azul del mar.
- Encontrarte con animales en su entorno natural.
- Un día soleado en pleno invierno.
- Un masaje relajante.
- Besar con pasión.
- El verde de un paisaje frondoso.
- Una bebida muy refrescante en verano y un plato bien caliente en invierno.
- Llorar de alegría.
- Un bebé riendo a carcajadas.
- Tachar cosas ya hechas en tu lista de tareas.
- Contemplar el cielo en una noche estrellada.
Esta es mi lista. Y podría incluir más y más de esos momentos que la vida nos ofrece para disfrutar. ¿Has pensado cuáles son tus pequeños placeres?, ¿a que coincidimos en bastantes?
Lo cierto es que cuando estamos tristes, nerviosos, cuando no nos sentimos en equilibrio, cuando las dudas, los problemas o las preocupaciones lo invaden todo, estos pequeños placeres pasan desapercibidos.
Ser consciente de que este tipo de vivencias positivas están presentes también en tu vida, pueden ayudar a aliviar la tristeza en la depresión o la tensión en la ansiedad.
Frena,
pon tu cabeza allá donde tengas los pies,
mira a tu alrededor y disfruta

¡Quiero un cambio!
Estoy en un momento de mi vida en el que me estoy planteando algunos cambios. Y en este proceso de cambio me ha venido a la mente un modelo que siempre me llamó la atención y quiero compartir con vosotros, ¡seguro que os resulta útil!
Se trata del Modelo Transteórico de Cambio de Prochaska y Diclemente. Inicialmente, este modelo se planteó en el contexto del tabaquismo, pero en la actualidad se le han encontrado otras muchas aplicaciones.
El modelo describe la evolución de los procesos mentales implicados a la hora de llevar a cabo un cambio en nuestras vidas. Plantea que el proceso de cambio se realiza a través de 6 etapas casi “circulares”. Para apoyar la descripción teórica del modelo, vamos a poner el ejemplo de una persona, “María”, que está experimentando algunas dificultades psicológicas y el proceso mental que sigue para afrontar su cambio.
1. PRECONTEMPLACIÓN: es una fase en la que la persona todavía no está valorando la necesidad de un cambio, porque no existe la conciencia de estar teniendo un problema que deba resolver. Es decir, negamos que exista un conflicto o nos apoyamos en excusas para no enfrentar la realidad del problema.
En esta fase María ya da algunas muestras de desadaptación a su entorno, como problemas en el control de impulsos, en la comunicación con sus allegados, problemas de relación con sus compañeros, irascibilidad, etc. Pero ella no considera que tenga un problema. Lo achaca a las circunstancias que le rodean. Nunca se plantearía acudir a terapia, y si lo hace es porque se ha visto obligada por su familia o por alguna otra circunstancia. Al no existir conciencia del problema, el índice de abandono del tratamiento sería más elevado.
2. CONTEMPLACIÓN: en esta etapa ya se reconoce la existencia de un problema, pero existen muchas dudas sobre cómo actuar. Es una fase donde se hace un balance decisional valorando los pros y los contras de la situación.
María empieza a darse cuenta de la cantidad de problemas que está generando a su alrededor por su comportamiento, y aunque reconoce lo desproporcionado de su actitud, sigue valorando que las circunstancias la empujan a comportarse así, por lo que duda que un proceso terapéutico pueda serle de utilidad.
3. PREPARACIÓN: la persona vive con determinación la necesidad del cambio y el cómo proceder. Si no avanza a la fase siguiente, podría llegar a retroceder a la etapa de contemplación.
María ya siente la necesidad firme de cambiar su situación, de hacer algo para volver a sentirse bien y recuperar de nuevo el control sobre sí misma. Ha considerado que una terapia psicológica puede brindarle el apoyo que necesita para avanzar en su problema.
4. ACCIÓN: se dan los pasos necesarios para iniciar el cambio.
María ha iniciado un proceso terapéutico, convencida de su decisión y con la predisposición adecuada para reconocer, afrontar e iniciar los cambios que necesita con el apoyo y guía de su psicóloga.
5. MANTENIMIENTO: es la fase donde tratamos de mantener en el tiempo los cambios que se han puesto en marcha y de prevenir una posible recaída.
María ya ha experimentado cambios en su manera de reaccionar frente al entorno y está disfrutando de los mismos, a la vez que trata de interiorizarlos y mantenerlos en el tiempo.
6. RECAÍDA: ocurre con relativa frecuencia. Se vuelve a la situación que habíamos definido previamente como problemática. En cuanto al proceso de cambio, se retrocede a etapas anteriores, siendo mejor para el proceso cuanto más cerca de la fase de ACCIÓN.
María se encuentra en una situación en la que vuelve a exhibir algunos comportamientos desadaptativos. Al identificarlos vuelve, por ejemplo, a la fase de acción, recurriendo de nuevo al profesional que le ayudó en un momento anterior.
Este modelo plantea dos ideas muy interesantes. La primera es que hace especial hincapié en la MOTIVACIÓN como un factor muy importante para el cambio. Y la segunda es que considera que las RECAÍDAS son probables, por lo que normaliza el “fracaso” con la intención de motivar a seguir intentándolo. A través de las recaídas, como forma de aprendizaje, podemos ir incorporando nuevas estrategias y conocimientos que nos van acercando a nuestro objetivo.
La idea es que cada persona puede pasar varias veces por las distintas fases del proceso de cambio para conseguir RESULTADOS ESTABLES. Así, este proceso no sería lineal, sino que seguiría un patrón circular o en espiral.
Si estamos intentando conseguir un cambio determinado en nuestras vidas sin conseguir los resultados esperados, puede que necesitemos buscar otro tipo de soluciones.
“Si deseas un resultado diferente, necesitas implantar una solución distinta.”
Muchas personas intentan durante un tiempo hacer frente a sus problemas con sus propios medios, sin conseguir una mejoría estable y suficiente, y acaban recurriendo a la figura del profesional de la psicología para poder avanzar hasta donde no han sido capaces de llegar por sí mismas.
“Encuentra la solución adecuada a tu problema en Decide Psicología”
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Las 9 claves para «salvar» una discusión.
En los entornos sociales, lidiamos con multitud de situaciones, que si no son bien gestionadas, pueden derivar en un conflicto con sus posibles consecuencias: malestar emocional, deterioro del entorno social, problemas de pareja, etc.
Las claves que exponemos aquí nos pueden servir cuando nos hemos enfadado con nuestra pareja y vamos a hablar sobre ello, cuando queremos tocar un tema delicado o exponer una crítica personal, ya sea a un familiar, a un compañero de trabajo o a un amigo.
La idea es poder afrontar una situación potencialmente conflictiva sin que de ello se derive un problema mayor o una discusión, y poder llegar a un entendimiento. Para ello, debemos tener en cuenta las siguientes circunstancias para asegurarnos tener éxito en nuestro propósito:
- Buscar el lugar adecuado; mejor si disfrutamos de cierta intimidad, sin miedo a que alguien ajeno al conflicto pueda estar escuchando y nos cohíba o nos interrumpa (por ejemplo: nuestros hijos si estamos en casa, otros amigos si estamos en un evento, otros desconocidos si estamos en un lugar público, etc.).
- Buscar el momento adecuado. Fácilmente estas conversaciones llevan su tiempo, por lo que lo ideal sería encontrar un momento donde las personas implicadas no tengan prisa, o estén demasiado cansadas para tratar un tema delicado.
- Utilizar el medio adecuado. El lenguaje no verbal aporta gran cantidad de información en la comunicación (el tono utilizado, los gestos, la expresión facial, etc.), por lo que dialogar cara a cara va a ser la mejor elección siempre que sea posible. Con frecuencia utilizamos medios como el Whatsapp para tocar temas delicados, sin embargo al no existir un lenguaje no verbal (los emoticonos no lo sustituyen ni de lejos), genera inevitablemente fallos en la comunicación. (Los motivos por los que desaconsejamos el uso de los chats para la gestión de conflictos interpersonales son extensos, de hecho, daría para hacer otra entrada del blog en un futuro.)
- Ambas partes tienen que estar en la disposición adecuada para dialogar. A veces nos encontramos que uno tiene la necesidad de hablar, pero el otro está demasiado afectado, enfadado, nervioso, etc. Es importante respetar también las circunstancias del otro para que la comunicación sea efectiva. Si obligamos a alguien a tratar un tema cuando para él no es el momento adecuado, nos podemos encontrar con respuestas que no favorecen el entendimiento.
- Reflexionar sobre lo que uno tiene que decir y cómo lo va a expresar. La idea es asegurarnos que a la otra persona le llegue exactamente la información que le quiero transmitir y no perdernos en otros detalles menos importantes.
- En ocasiones sacamos conclusiones de las palabras del otro, es decir, trabajamos con interpretaciones subjetivas que pueden estar sesgadas y damos a esa inferencia la categoría de “hecho real”. ¿y si hemos sacado una conclusión errónea? Es mejor pedir una aclaración de manera respetuosa antes de sacar una conclusión precipitada. Por ejemplo: “¿Cuándo me has dicho “esto”, qué es lo que me querías transmitir?”.
- El fin de iniciar una conversación potencialmente conflictiva va a ser acercarse a una solución. En ocasiones aprovechamos cuando salen temas delicados para “vomitar” sobre el otro nuestro enfado y entonces caeremos fácilmente en el uso de un lenguaje agresivo. Si el objetivo es solucionar el conflicto, debemos tratar de mantener una actitud diplomática que favorezca la comunicación. Para ello, además de dialogar sobre el problema en cuestión hay que dedicar un tiempo a buscar propuestas de solución, mejor cuanto más concretas sean. En caso de no existir una solución fácil, podemos, por lo menos, plantear ciertos acercamientos sobre los que ir trabajando poco a poco.
- Si alguna de las partes se altera durante la conversación, es mejor posponerla para otro momento. No se trata de no tener esa conversación, si no de retrasarla. Mientras tanto, ambas partes pueden reflexionar sobre lo que uno ha dicho, sobre lo que quería llegar a decir, sobre lo que el otro ha podido entender y viceversa (tratar de entender lo que el otro realmente querría haber dicho). La idea no es “envenenarse” más con lo ocurrido, si no de relajarse y tratar de acercarse a esa actitud conciliadora.
- Durante la conversación, es necesario tener en cuenta determinadas condiciones: escuchar al otro para entender y no solo para contestar (defenderse); respetar los turnos de palabra; evitar dramatizaciones, exageraciones y victimismos; no amenazar y no caer en un lenguaje inapropiado con insultos o descalificaciones. Es posible que tengamos normalizados algunos de estos elementos a evitar cuando surge un conflicto, pero también sabemos que no favorecen para nada la comunicación. Suelen obstaculizar el llegar a un entendimiento porque la conversación acaba convirtiéndose en un cruce de acusaciones donde cada vez la situación se pone más tensa y se hace inviable el acercarse a una solución.
Aprender a gestionar los conflictos y mantener una actitud asertiva durante los mismos es una habilidad que puede entrenarse y se aprende poco a poco. No perdáis estos puntos de vista, y después de cada “discusión”, reflexionar sobre lo que uno ha hecho y si habría algo en mi actuación que se podría mejorar. Si detectamos algún fallo importante o consideramos que hemos podido “hacer daño” a la otra persona, siempre podemos ser responsables y pedir perdón por nuestros errores.
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Convivir con la depresión
La depresión se está configurando como una de las enfermedades más frecuentes en nuestra sociedad actual. Esto significa que muchas personas sufrirán depresión en algún momento de su vida y que los allegados a estas personas, también se verán en la situación de convivir con una enfermedad, en ocasiones, difícil de entender.
En consulta, es frecuente, que la persona que está sufriendo depresión, explique las dificultades que está teniendo en relación con su familia y amigos. A veces porque se sienten incomprendidos, porque les dan consejos que no les están ayudando, otras porque se sienten abandonados. En alguna ocasión, son los propios familiares de la persona que está experimentando depresión, los que solicitan ayuda para saber qué pueden hacer para ayudar al familiar que está sufriendo, y cómo sobrellevar ellos también la enfermedad.
Mi intención con este artículo es dar una orientación a esos acompañantes para ayudarles a “convivir con la depresión” y para ello os invito a reflexionar sobre las siguientes ideas:
- Algunas frases, que seguramente se digan con una buena intención, no siempre tienen ese efecto deseado. Son frases que de alguna manera juzgan el estado emocional de la persona que sufre depresión, o minimizan la importancia de su malestar, o los responsabiliza de su estado, o incluso les hablan de soluciones “fáciles” a su situación. Es importante aprender a detectar este tipo de frases que no ayudan y evitarlas en la medida de lo posible. Algunos ejemplos podrían ser: “venga, anímate un poco y se te pasa”, “lo que tienes que hacer es salir un poco más y no ponerte tan dramático”, etc.
- Uno de los síntomas que con frecuencia aparece en la depresión es el sentimiento de soledad. En ocasiones no hace falta decir nada con la intención de ayudar, solo estar ahí, acompañando.
- A este acompañamiento se le podría añadir el contacto físico. Una palmada en el hombro, un abrazo silencioso, puede ayudar a la persona con depresión a sentir cerca a su gente.
- Para no añadir mayor malestar a la persona deprimida, es importante mostrarse comprensivo ante sus emociones, escuchar sin juzgar, y así favorecer su desahogo.
- Como puedes leer en este enlace sobre la depresión, otro de los síntomas que aparece en este tipo de cuadros es la anhedonía. Consiste en la incapacidad para experimentar placer por actividades donde antes uno sí disfrutaba. Así, una opción de los allegados o familiares, podría ser la de facilitar actividades placenteras y de ocio. No se trata de obligarles, si no de proponer o ayudar a llevarlo a cabo. Por ejemplo: ayudar a planificar una quedada con amigos íntimos, comer su plato favorito, salir a la calle, hacer ejercicio físico, recibir un masaje, etc.
- Otro de los síntomas que puede aparecer en la depresión son pensamientos sobre la muerte e ideas de suicidio. Los familiares y personas cercanas al paciente tienen un papel importantísimo en la prevención del suicidio puesto que son las personas que más le conocen y a las que seguramente acuda si “llega a su límite”. Según los datos, en la mayoría de los casos, antes de intentar llevar a cabo el suicidio, el afectado ha solicitado algún tipo de ayuda en su entorno. Hablar de ello, desahogarse o ayudar a tomar decisiones (como solicitar ayuda profesional) puede ser de gran ayuda para la persona enferma.
- Otro aspecto importante a tener en cuenta como familiar o allegado de una persona que sufre depresión, es la necesidad de autocuidado, de seguir teniendo una vida y de no verse arrastrado por la depresión de la persona con la que convive. El acompañante no puede comportarse como una persona enferma (por ejemplo sin salir de casa, abandonando las relaciones sociales o las actividades de ocio). Para poder apoyar al otro debe cuidarse como cuidador.
- Por último, quería comentar, que en ocasiones, con el afán de ayudar a una persona que vemos abatida, podemos caer en el error de facilitarles en exceso la vida ocupándonos de muchas sus responsabilidades, solucionando sus problemas o eximiéndoles de sus tareas. Como explicamos en este enlace «El pozo de la depresión«, parte del proceso de cura pasa por ir enfrentándose a ciertos esfuerzos controlados (mejor si están supervisados por un profesional), y el hecho de que de manera indirecta pueden obtener algún tipo de beneficio secundario al hecho de padecer depresión, podría dilatar involuntariamente el problema en el tiempo.
Si estás en la situación de tener que convivir con una persona con depresión, o eres tú mismo quien la sufre, no dudes en ponerte en contacto con nosotros. En Decide Psicología podemos ayudarte, sabemos ayudarte.
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Amor incondicional para sanar la autoestima
Como queda explicado en este enlace «autoestima y asertividad«, la autoestima es la valoración que hacemos sobre nosotros mismos, está relacionada con el autoconcepto e influye enormemente en nuestra manera de sentir y de funcionar en las relaciones con otras personas.
Muchos pacientes se quejan de tener una “autoestima baja” y desean trabajar sobre ello para poder sentirse bien y adaptarse mejor a su entorno. El trabajo hacia una autoestima sana suele abarcar distintas vías de acción terapéutica, y siempre hay que tener en cuenta las circunstancias personales que puedan estar influyendo para poder así planificar una intervención personalizada.
En ocasiones invito al paciente a reflexionar sobre lo que piensa de sí mismo. Y con frecuencia nos encontramos que la comprensión y flexibilidad que uno pone en marcha para valorar a otros, no se lo aplica a sí mismo. Por ejemplo, uno puede entender y perdonar a un amigo ante un error, pero si es uno mismo el que ha cometido la falta, le sobrevienen sentimientos de culpa, rabia o fracaso tales que no le permiten avanzar. O, puede no dar ninguna importancia a una determinada característica física del otro, pero si uno considera que tiene “un defecto físico”, le afecta considerablemente a su autoestima.
Una propuesta para trabajar sobre la autoestima es reflexionar sobre el “amor incondicional” que sentimos hacia determinadas personas importantes en nuestras vidas con las que mantenemos relaciones sanas, como por podría ser: mi padre, mi madre, mi hijo/a, mi hermano/a, un amigo/a, mi pareja, etc. El amor incondicional hacia estas personas hace que seamos capaces de ser comprensivos si hay algún problema, de empatizar con sus circunstancias, y de amarlos a pesar de conocer sus puntos débiles y sus errores del pasado. Podemos reconocer actitudes o formas de ser en el otro que no nos gustan del todo, pero entendemos que también forman parte de esa persona importante en nuestra vida, y lo aceptamos así.
Pues bien, algo así es lo que deberíamos sentir; amor incondicional hacia nosotros mismos. Esto implicaría varias claves importantes a la hora de trabajar sobre la autoestima:
- La aceptación de uno mismo; con nuestro pasado, con nuestras circunstancias actuales, con nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles, con nuestros éxitos y con nuestros fracasos. Nos valoramos por ser quienes somos. Y para conseguir esta valoración podemos empezar por apoyarnos en nuestros logros, en aquello que sí se nos da bien.
- Aceptar los errores del pasado. La culpa o el sentimiento de fracaso no nos aportan nada nuevo, nada que nos permitan mejorar o avanzar. Es importante no anclarse en estos sentimientos y pensar en el pasado solo para tratar de aprender de él. Trabajar sobre la resiliencia, nos puede ayudar a mejorar nuestra autoestima.
- El autocuidado como signo de valoración: “cuando tenemos algo valioso lo tratamos con cuidado”. Por lo tanto es importante cuidar nuestra imagen, nuestros hábitos, nuestras rutinas y atender también a nuestras necesidades.
- Evitar las comparaciones con los demás. En cualquier ámbito de la vida, siempre vamos a encontrar a alguien que le «va mejor» o que «es más bueno que yo en…», pero la realidad es que también va a haber personas que estén en una situación peor que la mía. Por lo tanto, el hecho de compararse con otros, en la mayoría de las ocasiones no nos aporta una información relevante, y en cambio, sí puede llegar tener consecuencias negativas para mí si me fijo solo en las comparaciones donde yo salgo desfavorecido.
Si nos fijamos, las claves que he expuesto para mejorar la autoestima, conllevan un proceso en continuo movimiento, no es algo estático. Es decir, la aceptación de mis propios errores o de cómo soy, no implica conformarse y ya está. La aceptación y el autocuidado no está reñido con proponerse avanzar, mejorar, aprender, desarrollarse en lo que cada uno crea conveniente, y sentirse así mejor consigo mismo.
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La felicidad es suave y tranquila
En estas fechas pasadas, que nos hemos pasado el día deseando felicidad para nuestros seres queridos, me gustaría reflexionar sobre la Felicidad. Para ello os traigo un fragmento de una novela de Isabel Allende, ‘El amante japonés’.
Me encantó cuando lo leí y me apetecía compartirlo con vosotros, pues describe de una forma bella lo que entiendo por felicidad.
‘….
– Lo que intento decirte, Irina, es que no debes seguir anclada al pasado y asustada por el futuro. Tienes una sola vida, pero si la vives bien, es suficiente. Lo único real es ahora, este día. ¿Qué esperas para empezar a ser feliz? Cada día cuenta ...
– La felicidad no es para todo el mundo, Cathy.
– Claro que sí. Todos nacemos felices. Por el camino se nos ensucia la vida, pero podemos limpiarla. La felicidad no es exuberante ni bulliciosa, como el placer o la alegría. Es silenciosa, tranquila, suave, es un estado interno de satisfacción que empieza por amarse a sí mismo. …’
Me parecen muy interesantes dos apreciaciones que aparecen en el último párrafo:
- Diferenciar entre alegría y felicidad. Habla de la alegría como una emoción más intensa, y de la felicidad como algo más calmado y estable en el tiempo. En ocasiones podemos confundir ambas, considerando que si no me siento alegre todo el tiempo, no puedo sentirme feliz. Nada más lejos de la verdad; uno puede sentirse satisfecho con su vida, feliz, pero no estar dando saltos de alegría todo el tiempo. No es necesario que estemos viviendo continuamente experiencias extraordinarias para ser felices, la felicidad está en las pequeñas cosas, al alcance de nuestra mano.
- La felicidad empieza por amarse a sí mismo. Para ser felices necesitamos sentirnos satisfechos con nuestras circunstancias y con nosotros mismos. Amarse a uno mismo implica aceptarnos tal y como somos, aunque a la vez trabajemos para aprender y mejorar nuestras circunstancias.

La importancia del discurso interno; lo que nos decimos
En psicoterapia solemos trabajar sobre el contenido de nuestros pensamientos y sobre cómo los expresamos.
Con mucha frecuencia tendemos a exagerar, enfatizar o dramatizar sobre los aspectos negativos de nuestro día a día mientras que relativizamos o damos mucha menos importancia a las cosas buenas que nos ocurren.
Por ejemplo, son frecuentes las quejas sobre mis circunstancias familiares, mi trabajo, mi entorno social, etc., pero no solemos resaltar lo que sí está funcionando bien. Damos por hechos normales tener trabajo, o tener cerca a nuestras personas queridas, y no nos concentramos en lo positivo de estas circunstancias, restándoles así valor. Pero sin embargo, si me quedo sin trabajo, o no puedo contar con alguien de mi entorno, sí lo considero como un problema importante.
Además de la tendencia a enfatizar los aspectos negativos de nuestras vidas, también desarrollamos verbalizaciones, en muchas ocasiones desproporcionadas, sobre los contratiempos que nos surgen: «como suspenda el examen me da algo«, «si me quedo sin trabajo me muero«, ‘es imposible soportar más esta situación’… Nos enfada o nos pone nerviosos que las cosas no salgan como uno espera, nos cuesta adaptarnos a los cambios, nos desanimamos cuando tenemos algún conflicto social, o experimentamos como una «catástrofe» cualquier tropiezo en nuestro día a día, etc.
El contenido de nuestros pensamientos y de nuestras palabras están íntimamente relacionadas con la reacción emocional que experimentamos. Así, si valoro como una desgracia un cambio en mi trabajo, la reacción emocional que le sigue tendrá una connotación negativa mucho más intensa que si me concentro en ver las opciones u oportunidades que pueden venir tras el cambio.
De la misma manera que las verbalizaciones sobre nuestros pensamientos que contienen exageraciones y autocríticas negativas nos generan malestar emocional, podemos conseguir justo el efecto contrario si nos esforzamos en desarrollar un discurso más positivo.
Para aprender a desarrollar ese discurso positivo podemos atender a las siguientes claves:
— busca los aspectos positivos de las circunstancias que estás viviendo y enfatiza su importancia. «A veces discuto con mi hijo, pero pasamos muchos momentos agradables, me gusta conocer de cerca la persona en la que se está convirtiendo». Trata de utilizar palabras con un significado positivo.
— evita los pensamientos anticipatorios catastrofistas. «Cuando me incorpore de nuevo al trabajo, estaré más preparado para afrontar las cuestiones laborales» en vez de «pienso en volver al trabajo y ya me pongo malo».
— trata de ser flexible ante los cambios. Nuestros planes deben ser elásticos para evitar así la frustración y conseguir adaptarte mejor a mi entorno. «Si me surge algún contratiempo, ya valoraré entonces cuáles son las opciones para solucionarlo».
— evita los pensamientos de todo-nada. Existe toda una gama de grises llena de opciones u oportunidades.
— reduce las autoexigencias. Cambia los tengo que por me gustaría. Genera menos estrés decir me gustaría ir al gimnasio esta tarde que tengo que ir…
— Intenta no abusar de las generalizaciones, dramatizaciones y victimismos.
Cambiar nuestro estilo de comunicarnos y de pensar lleva tiempo y necesita constancia. Empieza por observar el contenido de tus pensamientos y tus palabras, e incluso los de las personas de tu alrededor, y verás cómo efectivamente, abusamos de estilos negativos que podrían ser modificados y conseguir así un mayor bienestar con nosotros mismos.
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Cómo hablar del divorcio a nuestros hijos e hijas
En la sociedad actual, el índice de separaciones y divorcios ha crecido considerablemente. Este hecho puede estar asociado a los cambios culturales que han sobrevenido con la sociedad moderna, donde el concepto de matrimonio ya no implica necesariamente el famoso “hasta que la muerte nos separe”.
Que una pareja decida no continuar siéndolo es algo perfectamente normalizado en nuestra sociedad, entendible y respetable. Muchas de estas parejas han creado una familia, y su ruptura afecta por tanto a sus hijos e hijas.
En la mayoría de los casos los menores no eligen esta situación, ellos no son quienes toman la decisión, pero les afecta y les afectará enormemente en su futuro a corto, medio y largo plazo. Habrá cambios en la relación con sus padres, en sus rutinas, en la relación con la familia extensa, etc.
Los cambios tras un divorcio son inevitables y los hijos/as tendrán que restaurar una nueva rutina en sus vidas, pero este proceso no tiene por qué ser necesariamente traumático.
Es sumamente importante que los adultos tratemos de reducir todo lo posible el impacto negativo de la separación sobre nuestros hijos. El primer paso en esta empresa es dar la noticia a los niños/as. A continuación vamos a exponer algunas pautas a seguir para informar a los hijos de la situación y de los cambios que van a sobrevenir a la familia:
- La situación ideal sería que ambos progenitores se reunieran con sus hijos/as para poder explicarles la situación. Cuando los padres llegan a esta decisión, suele ser tras un proceso de distanciamiento dentro de la pareja, frecuentemente hay discusiones más o menos fuertes, y puede haber un clima algo tenso en el hogar. Aunque tratemos de proteger a los menores de estos problemas de pareja, es fácil que ellos perciban que algo está ocurriendo. Los menores agradecen que sus padres les expliquen, en la medida que ellos puedan entender, la situación y las decisiones que se hayan tomado ya.
- Es recomendable que ambos padres lleguen a un acuerdo sobre cómo y qué exponer a sus hijos. Entendemos que esta tarea puede resultar complicada porque en la mayor parte de los casos, cuando se llega a la separación, es porque la pareja ha dejado de estar de acuerdo en muchos aspectos de sus vidas, además pueden haber entrado en juego sentimiento y emociones negativas, como el enfado, la ira, la rabia que pueden hacer difícil la comunicación dentro de la pareja. Para conseguirlo es importante asumir que aunque la relación de pareja se interrumpa, no ocurre lo mismo con su relación como padres. Es decir, durante mucho tiempo van a tener que mantener un mínimo de comunicación para informarse y comentar todos aquellos asuntos que conciernan a sus hijos/as. Y por el bien último de los menores, toda comunicación cordial y actitud colaboradora va a facilitar enormemente la adaptación de los menores a las nuevas circunstancias.
- Es importante saber elegir el lugar y el momento para realizar esa reunión. Debe tratarse de un lugar tranquilo y con intimidad suficiente para poder conversar y donde poder mostrar las emociones que cada uno necesite sin verse cohibido. Además es importante contar con tiempo para este tema. Esto significa que no podemos ir con prisas, con límites de tiempo, o en un momento en el que estamos cansados o pendientes de otras tareas.
- El qué les vamos a decir es especialmente importante. Ya hemos comentado que los padres deberían reunirse y decidir lo que les van a explicar a los niños. Es recomendable adaptar el contenido de esta conversación a la edad del niño. Los motivos reales de la ruptura de una pareja suelen ser múltiples, complejos y difíciles de entender para la mente de un niño. Por tanto, se les puede ofrecer un motivo general, sin entrar en detalles; por ejemplo; “papá y mamá ya no se llevan bien”, “discutimos mucho, y no somos felices estando juntos”. Dar muchos más detalles podría implicar señalar los defectos del otro o generar culpables. Si os fijáis, en los ejemplos ponemos frases donde se da a entender que es una decisión de ambos por igual. Si los menores perciben que uno de los dos ha podido propiciar esa situación, pueden generarse los llamados “conflictos de lealtad”, relaciones tensas con uno u otro progenitor y un estado de confusión y dudas sobre la situación. Además, pueden aparecer en los menores un sentimiento de culpabilidad sobre lo ocurrido, pensamientos del tipo “si yo me hubiera portado mejor, ellos no discutirían y no habríamos llegado a esto”, sienten que ellos pueden hacer algo para que la situación cambie. De ahí la importancia de incidir que es una circunstancia que deciden los adultos y que no hay culpables.
- Otro punto a tratar en esos momentos son las cosas que no van a cambiar. Debemos diferenciar nuestro papel como pareja, del rol de padre/madre. La relación de pareja puede que no haya funcionado, que nos hayamos podido equivocar, que no nos haga feliz la otra persona, que no encontremos solución a un conflicto dentro de la relación, y ello no implica que seamos peores padres o madres. Y ése es el mensaje que debemos transmitir tantas veces como haga falta a los niños. Frases como “papá y mamá ya no van a ser pareja, pero los dos seguimos siendo tus padres, como hasta ahora y eso nunca cambiará”, “vamos a estar a tu lado siempre”, “puedes acudir a cualquiera de nosotros siempre que lo necesites”, etc.