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WhatsApp vs Comunicación
¿Alguna vez has tenido algún problema con alguien por no haceros entender a través del WhatsApp?, ¿alguien se ha quejado porque «le has dejado en visto» y no le has respondido a un mensaje?, ¿has tratado de solucionar un conflicto a través de este medio y te has quedado con la sensación de que no está bien resuelto?.
Seguramente hayas respondido sí a alguna de estas preguntas, y si no lo has vivido tú en persona, lo habrás visto a tu alrededor.
Las nuevas tecnologías están cambiando nuestra manera de comunicarnos, pero… ¿realmente podemos confiar en que los chats nos facilitan la relación con otras personas?. Está claro que permiten mantener el contacto, pero cuando surge algún conflicto, debemos cuestionar su utilidad.
Las habilidades de comunicación conforman la herramienta más eficaz para garantizar un buen entendimiento entre personas. Dependiendo de cómo alguien se exprese, su lenguaje no verbal, las palabras elegidas, el momento y el medio adecuado… su mensaje llegará de manera efectiva al oyente, o podrán producirse malos entendidos.
Hace un tiempo escribí una entrada sobre algunas estrategias a tener en cuenta a la hora de afrontar conflictos interpersonales (“Las 9 claves para salvar una discusión”). Ahí planteaba que cuando necesitamos hablar sobre un tema importante o gestionar un conflicto con otra persona, el mejor medio para hacerlo es cara a cara y en la medida de lo posible evitar hacerlo por teléfono, por e-mail, y por supuesto por cualquier tipo de chat.
Pero la realidad es que ya son muchísimas las personas que están muy acostumbradas al uso de las nuevas tecnologías, y al final el WhatsApp y aplicaciones similares están siendo utilizados como uno de los medios de elección para comunicarse y gestionar situaciones tensas a nivel interpersonal.
Veamos los motivos por los que se extiende su uso:
LA INMEDIATEZ: a través de un chat se puede iniciar o contestar un hilo de conversación prácticamente en cualquier momento y lugar. Con esta inmediatez nos creemos que podemos aliviar la tensión interpersonal que se crea cuando surge algún conflicto. Ese momento en el que has detectado algo que no te gusta y tienes que soltarlo. Pero ya os adelanto que esto no siempre es así; ni se resuelve, ni es tan inmediato.
EL ESCUDO: cuántas veces nos vemos diciendo (escribiendo) cosas que no nos atreveríamos a decir cara a cara; porque son muy directas, atrevidas, agresivas o inapropiadas. Por WhatsApp nos “envalentonamos” porque no tenemos que enfrentarnos directamente a la reacción de la otra persona cuando suelto la bomba. El poder de provocar es una de las armas que nos ofrecen los chats a la hora de enfrentar los conflictos, pero realmente ¿ayuda a solventarlos?.
EL CONTROL: este tipo de chats nos permite conocer el momento en que la persona recibe un mensaje, cuándo lo lee, y cuánto tarda en contestarlo.
LA PERMANENCIA: todo lo escrito queda ahí, y podemos volver a ello siempre que queramos. Aquí, las palabras no se las lleva el viento. En cualquier momento pueden convertirse en la mejor defensa o en un letal ataque.
Que estos elementos contribuyan al creciente uso de los chats para afrontar temas importantes no significa que sean apropiados, o que lo que nos ofrecen realmente supongan ventajas a la hora de favorecer la comunicación.
Todos estos elementos tienen su parte claramente negativa:
- Tomarse un tiempo para la reflexión es una herramienta psicológica que nos va a permitir un mayor control emocional y una mejor gestión de los conflictos. La inmediatez que ofrecen los chats no siempre invita a ser reflexivo desde un primer momento, ni nos ayuda a controlar las conductas impulsivas.
- Nos vemos obligados a limitar nuestro lenguaje verbal. La cantidad de palabras utilizadas suele ser considerablemente menor cuando utilizamos los chats. Esto va a ir en contra de las posibilidades de expresarse y de hacerse entender.
- Perdemos también mucha información al no contar con un lenguaje no verbal. El lenguaje no verbal son todos aquellos elementos que acompañan a las palabras que utilizamos y que enriquecen su significado. El tono de voz, la postura corporal, los gestos, la mirada,…, aportan una valiosa información para entender el mensaje que nos llega. Los chats han incluido los emoticonos como herramientas para completar el tono de la conversación, pero, claro está, no es lo mismo, ni de lejos.
- El propio medio invita a desarrollar conductas obsesivas y de control. Releer hasta la agonía determinadas conversaciones, buscar y buscar el significado y los motivos de las palabras del otro, tratar de interpretar cualquier acción (“tarda mucho en responderme”, “lo ha leído pero no me contesta”, “está en línea pero a mí no me está escribiendo”, etc.). Todas estas acciones invitan a generar rumiaciones y otro tipo de pensamientos negativos que pueden avivar los conflictos en vez de ayudar a solventarlos.
- Paradójicamente, la inmediatez que proporciona el medio no está relacionado con el tiempo que se tarda en resolver un conflicto. De hecho, los tiempos se alargan. Entre que pienso lo que voy a decir, cómo lo escribo, lo tecleo, la otra persona lo recibe, lo lee, decide contestar, se piensa lo que va a decir y cómo, lo teclea y lo recibo yo de vuelta, pueden pasar desde unos pocos segundos hasta horas o ¡incluso días!. Yo siempre planteo a mis pacientes que varias horas de conversación a través de Whatsapp equivalen a unos minutos de conversación cara a cara.
- Otra particularidad es la subjetividad con la que interpretamos las palabras del otro. La entonación y el sentido que le damos a las palabras que recibimos los decidimos nosotros en función de factores que no siempre tienen mucho que ver con lo que la otra persona ha querido expresar. Pueden influir nuestro estado de ánimo, el tiempo que le podamos dedicar al mensaje, las expectativas que tenemos sobre lo que va a pasar, etc. Por poner un ejemplo, si yo le cuento a mi pareja por WhatsApp un posible plan y preveo que no le va a gustar, es fácil que, conteste lo que conteste, yo reaccione a la defensiva. Que me pone un “OK”, yo ya puedo pensar que es un mensaje muy escueto y que seguro que está molesto. Que me pregunta algún detalle sobre el plan, puedo pensar que ya va a empezar a ponerme pegas. Que tarda un rato en responderme, yo puedo ponerme impaciente y considerar que no le ha gustado. Y así sucesivamente.
Los fallos en la comunicación pueden generar muchos malos entendidos y el Whatsapp y otros tipos de chats ofrecen una comunicación llena de carencias.
Los chats pueden resultar útiles para contactar, transmitir una información neutral o como forma de esparcimiento. Pero no sustituye a las habilidades comunicativas de una persona.
Hagamos un uso práctico y responsable del Whatsapp.
Lear More«Quiero ser menos perfeccionista»
Mucho se habla ya del perfeccionismo, esa cualidad que lleva a algunas personas a hacer las cosas de una única manera posible, ¡perfectas!.
¿Pero realmente sólo existe una única manera de hacer algo perfecto?
Seguramente, si ponemos juntas a dos personas altamente perfeccionistas a hacer la misma tarea, cada una desarrollará su propia manera de llevarla a cabo. Y por supuesto, va a encontrar fallos en la ejecución de la otra persona.
El perfeccionismo es de esas cualidades que pueden estar bien valoradas en determinados contextos, por ejemplo en entornos laborales, al menos en la teoría. Porque en la práctica, el perfeccionismo no resulta tan útil como aparenta. Y la persona que lo es, lo sabe y lo sufre.
Tarde o temprano la persona perfeccionista acaba sufriendo las consecuencias de serlo, y las personas de su alrededor también.
Es agotador.
Es estresante estar en continua búsqueda de unas circunstancias que nunca parecen lo suficientemente buenas.
Es frustrante el grandísimo esfuerzo que una persona tiene que hacer para intentar llegar a un objetivo de perfección, que nunca alcanza.
Y también es limitante, porque aunque al perfeccionista le cueste reconocerlo, la realidad es que en ocasiones decide no embarcarse en algunos proyectos o actividades solo por el hecho de saber que no va a ser perfecto en ellos.
El perfeccionismo suele llevar a un pensamiento dicotómico: “o se hace perfecto o no vale”.
El perfeccionismo no tolera el error.
El perfeccionismo no encuentra el fin.
Y la frustrante realidad con la que se topan los perfeccionistas es que LA PERFECCIÓN NO EXISTE. Siempre hay algo que se puede mejorar: menor tiempo, menor inversión, menor sacrificio, mejores resultados, mejor presencia, resultados más estables o duraderos, etc.
Entonces, ¿por qué exigirse un objetivo inalcanzable?
Algunas teorías sostienen que la persona perfeccionista tiene una motivación de logro excesiva y mal entendida. La motivación de logro es la que nos orienta hacia el éxito, hacia la consecución de objetivos y metas, hacia la superación y el desarrollo personal.
El problema radica cuando lo único que motiva a la persona es el querer mejorar, conseguir el éxito, orientarse únicamente hacia unos resultados óptimos, sin que aparentemente nada más le satisfaga.
Veamos ahora otras características que pueden tener las personas perfeccionistas:
Los perfeccionistas son personas inconformistas y meticulosas.
- Suelen tener muy desarrollado un radar hacia la imperfección, hacia los fallos.
- Tienen dificultades para coexistir con los errores. Para el perfeccionista todo lo que no es “perfecto” lo considera “malo” o un “error”.
- No están cómodos desarrollando trabajos en equipo. Son críticos y suelen quejarse de la manera de funcionar de los demás; así que no es raro que eviten este tipo de situaciones.
- Suelen querer tener todo controlado y saber qué es lo que va a suceder.
- Pueden tener dificultades para aceptar las críticas.
- En muchas ocasiones está asociado a un problema de inseguridad y de falta de confianza hacia los demás.
- Pueden mostrar dificultades para aceptar la diversidad.
- Con frecuencia, las personas perfeccionistas han tenido padres rígidos y exigentes.
- Pueden responder con ansiedad, con enfado o a la defensiva en entornos donde se sienten evaluados, ante situaciones novedosas y ante los cambios.
- Cuando una situación no se revuelve del modo que considera “perfecto” pueden reaccionar con enfado.
- La persona perfeccionista tiende a evitar situaciones que no tiene controladas como actividades nuevas o determinados tipos de interacciones sociales, por miedo a no encontrar esa solución perfecta, al fin y al cabo, por miedo al fracaso.
- Con frecuencia tienen conflictos interpersonales. Pueden generar un ambiente competitivo; el ambicionar su propio éxito a veces les lleva a querer estar por encima del otro.
- El sobresfuerzo continuado le puede conllevar estrés y enfermedades psicosomáticas.
Sin embargo, no todas las personas perfeccionistas lo son en todas las áreas de su vida, sino que pueden serlo sólo en algunas parcelas.
Y ¿cómo confrontar el perfeccionismo?
Cuando en terapia trabajo con una persona altamente perfeccionista solemos debatir sobre la existencia o no de la perfección.
Le propongo que reflexione sobre algo que haya hecho en su vida que sea objetivamente perfecto, y claro, no lo encuentra, siempre se puede encontrar algún pero o algún área de mejora.
Otra de las realidades con las que le confronto es que valore todo lo que se está perdiendo, todo lo que está sacrificando y todo lo que está invirtiendo para intentar alcanzar el perfeccionismo en alguna tarea o área de su vida.
Buscar la perfección distrae a la persona del auténtico objetivo de ser más feliz en la vida.
También resulta interesante el darse cuenta cómo el perfeccionismo de uno afecta a la gente que le rodea: los compañeros de trabajo, la pareja, los hijos, etc. El perfeccionista experimenta una sensación permanente de insatisfacción, y puede llegar a generar en las personas de su alrededor frustración, impotencia, o incluso una sensación de no valer, de no ser lo suficientemente bueno por no conseguir alcanzar el nivel de exigencia de la persona perfeccionista.
Una vez que has entendido lo poco útil que resulta el perfeccionismo, te interesará saber qué herramientas te pueden a ayudar a combatirlo, ¿verdad? Pues sigue leyendo:
Lo mejor es enemigo de lo bueno
- Desear ser perfecto es eso, un deseo, no es una necesidad fundamental. Si lo consideramos así, la frustración que percibiremos cuando no lo consigamos será aún mayor. Trabaja en esta consigna: “me gustaría ser perfecto para esta situación, pero no necesito serlo”.
- El empeño en alcanzar el perfeccionismo suele estar relacionado con la anticipación de consecuencias catastróficas si no se consigue una solución correcta al problema al que uno se enfrenta. Pero estos “desastres” que el perfeccionista se imagina no son reales, están en su cabeza. Y a pesar de esa subjetividad, la persona puede llegar a experimentar las emociones propias (miedo, desesperanza, impotencia, etc.) como si fueran reales. Para afrontarlo trata de llevar a tu mente al aquí y ahora, a tu realidad actual. También puedes utilizar este tipo de frase: “Esto no me ha salido bien, pero no es una catástrofe. Puedo sobrevivir a ello”.
- Cuando te enfrentes a un problema, piensa en varias soluciones posibles a elegir, y escoge la más factible y no la “perfecta“, sabiendo que todo tiene sus ventajas e inconvenientes.
- En esta misma línea, esfuérzate por buscar entre las opciones extremas (blanco o negro) los puntos intermedios y moderados (grises).
- Intenta ver las situaciones difíciles como un desafío del que hemos de aprender y acepta que para algunas tareas es necesario practicar y practicar antes de conseguir el éxito.
- Asume que ningún ser humano es perfecto y lánzate a hacer una actividad que no tengas controlada.
- Si asumimos que ningún ser humano es perfecto, también estaremos aceptando que errar es de humanos. Así, la valía de una persona como ser humano no se reduce a sus conductas y resultados. “No por hacer algo mejor o peor soy más o menos persona”.
- Cambia el perfeccionismo por exigencia y perseverancia. Se trata de saber definir unos objetivos que sí sean alcanzables y realistas, donde calibramos el esfuerzo que nos va a suponer alcanzarlos y el beneficio que obtendremos por ello; pero también se trata de saber parar cuando no es posible llegar a un determinado resultado y asumirlo, es decir, aceptar que las cosas son como son.
- Necesitas aprender a renunciar. Renunciar a esos detalles que supuestamente son imprescindibles para llegar a “la perfección”, pero que conllevan un coste elevado en tiempo, en sacrificio o que tensan tus relaciones interpersonales.
- En Psicología siempre que tratamos de instaurar una conducta nueva o modificaciones en nuestro modo de proceder, recomendamos empezar por tareas sencillas, fáciles y con menor implicación emocional. Así, te propongo que elijas una tarea que no te resulte especialmente importante y, a propósito, la realices menos bien de lo que podrías haberlo hecho. Inmediatamente cambia a otra actividad que sea especialmente gratificante para ti. Se trata de buscar otra motivación que te genere satisfacción (por ejemplo, deja sin terminar de clasificar tu correo y ponte a ver la serie que te guste, a jugar con tu hijo o mantén una conversación agradable con alguien significativo para ti).
- Para otro tipo de tareas, fija un resultado y un tiempo de ejecución que sean aceptables para ponerle un fin y trata de cumplirlo.
- Si tienes dificultades para dar por óptima y terminada una tarea, ten en cuenta esta máxima: “Es mejor terminar gran parte de lo que te has propuesto, que no terminar nunca nada”. Disfruta del proceso, y no te concentres tanto en el resultado.
- Por último y no menos importante, atiende a tu discurso interno. Seguramente esté cargado de autocrítica y reproches, porque te fijas más en los errores o en lo que no ha salido bien, que en lo que sí ha funcionado o llevas ya avanzado. Ve haciendo progresivamente una transformación hacia un lenguaje más positivo y amable (pincha aquí para saber más).
Recuerda que si sigues intentado hacer las cosas de una manera perfecta, sentirás continuamente presión, frustración e insatisfacción.
Intenta sustituir el hacer las cosas «perfectamente» por «adecuadamente»”.
Toma toda la información que te presento aquí, léela con frecuencia y trata de poner en práctica estas pautas. ¡Toma la decisión de cambiar!
Sé que no te va a salir “perfecto” desde el principio, je je, pero sé perseverante en tu objetivo de reducir el perfeccionismo.
Acepta el aprendizaje, con sus aciertos y errores como parte del proceso, y disfruta….
Disfruta… y lograrás una vida más satisfactoria y relajada.
Por supuesto, no dudes en contactar conmigo, en Decide Psicología, si tienes dificultades para lograrlo. No pasa nada por pedir ayuda, mucha gente lo hace y consigue alcanzar sus objetivos. ¡Tú puedes ser uno de ellos!
Lear MoreLa comunicación con un hijo adolescente
Dentro del marco de los problemas familiares, con frecuencia atiendo a padres y madres con hijos/as adolescentes o jóvenes, que reclaman ayuda para mejorar la relación y la convivencia.
Con frecuencia, los padres y las madres se quejan de que existe una brecha importante entre ellos y sus hijos/as, y los jóvenes se quejan de que sus padres no les entienden y no siempre los sienten como la persona de referencia a quien acudir en caso de necesitar un apoyo.
Este escenario suele ser complejo porque abarca multitud de factores que influyen en cómo está funcionando la dinámica familiar: estilos educativos de los padres, las circunstancias particulares de cada miembro de la familia, la trayectoria de la relación paterno-filial, acontecimientos vitales significativos en el entorno familiar, etc.
Así, es complicado exponer un modelo concreto de intervención en estos casos, porque cada familia tiene sus propias particularidades y la terapia debe adaptarse a cada grupo familiar.
Aun sabiendo que existen muchos aspectos de la dinámica familiar que es importante tratar cuando surgen problemas, y ya que no es posible tratar todos ellos en un mismo artículo, me gustaría abordar un aspecto particular en los estilos comunicativos dentro de una familia con hijos/as adolescentes:
Cuando tratamos con adolescentes, debemos tener en cuenta su propia manera de entender el mundo que, no en pocas ocasiones, dista mucho de la manera del adulto:
- Su vida social suele ser una de sus principales prioridades y, aparentemente, por delante incluso de la vida familiar. Digo «aparentemente» porque, aunque el adolescente no lo perciba como tal, el seno familiar es el que le proporciona estabilidad emocional e influye enormemente en su desarrollo personal.
- Tienden a tener una visión egocéntrica de la vida. Son muy sensibles a sus propias necesidades y deseos, pero no tanto a los de otras personas por las que no sienten especial interés.
- En la dinámica familiar, el adolescente suele luchar por su propia individualidad; busca la reafirmación de su “yo”. Quiere tomar las decisiones que afectan a su vida y se siente preparado para realizar actividades propias del adulto: manejar dinero, mantener relaciones sexuales, salir de noche, viajar con amigos, etc. Sin embargo, el adulto siente que todavía necesita cierta supervisión.
Para mejorar la comunicación entre el adulto y el joven es importante tener en cuenta la perspectiva del adolescente, ponernos en su lugar, comprender sus prioridades y su manera particular de entender el mundo. Para romper esa brecha es necesario hablar el mismo idioma:
- Aunque el adulto tenga necesidad de conocer cosas sobre la vida de su hijo/hija, debe tratar de conseguir que las conversaciones fluyan y no sean un interrogatorio (“¿dónde has estado?, ¿con quién has salido?, ¿qué hacéis tanto tiempo en la calle?”). Nos puede ayudar a entenderlo pensar en la situación de cuando un amigo nos cuenta algo que le ha ocurrido; en ese caso, no le reprochamos de primeras su actitud o sus decisiones, si no que tratamos de empatizar con él, entender sus motivos y apoyarle, además de ofrecerle después nuestra opinión o consejo. Un esquema parecido es el que podemos tratar de imitar con nuestros hijos adolescentes, necesitan sentirse comprendidos y escuchados.
- Con los jóvenes, es difícil imponer unas normas porque sí, es recomendable explicar los motivos sinceros por los que creemos que las cosas se deben hacer de una determinada manera, y estar abierto a escuchar sus argumentos y negociar. Los límites son necesarios, sí, pero también pueden ser flexibles en determinados momentos.
- Los adolescentes están pasando por una época de cambios importantes y nuevas vivencias. Mostrarse disponible (receptivo a escucharles), y atender a la parte emocional de sus experiencias, les puede ayudar a sentir que pueden contar con sus padres si lo necesitan. Si deciden contarnos alguna experiencia personal, no debemos quedarnos sólo en determinados detalles que no nos han gustado e interesarnos más por cómo se han sentido.
- Para que la relación sea cercana, es importante compartir tiempos agradables en familia, momentos de calidad. Compartir alguna actividad de ocio (deportes, juegos de mesa, eventos familiares, etc.) y reunirse en la mesa tanto como sea posible (desayunos, comidas, y cenas), a ser posible sin televisión ni móviles para que fluyan las conversaciones.
- Los jóvenes también necesitan sentir que no se les trata como a niños. Que el adulto comparta sus propias vivencias (pasadas o presentes) o les consulte sobre algún problema que han tenido, puede servir para acercarse a ellos, para que entiendan que su opinión también cuenta y vean al adulto como a una persona accesible.
- En las conversaciones es muy importante evitar las etiquetas. Existen numerosos estudios que explican que una persona tiende a comportarse según la etiqueta que se le ha puesto. Así, si yo reitero mucho la expresión “mi hija es una chica difícil de llevar”, en parte puedo estar condicionando su repertorio de comportamientos. Es mejor señalar los comportamientos o actitudes concretos de cada situación que no aprobamos, que hacer un reproche a la persona en general.
Introducir cambios en los hábitos comunicativos en el seno familiar, como todo, lleva tiempo y requiere constancia.
Necesitamos identificar dónde se pueden estar produciendo problemas y encontrar las soluciones más eficaces para cada caso. Es posible que no apreciemos resultados significativos nada más poner en marcha los cambios que nos proponemos, nos desanimemos en nuestro empeño y volvamos al estilo con el que solíamos funcionar antes.
Debemos darnos tiempo, para que nosotros nos sintamos más cómodos con los cambios, nuestros hijos/hijas empiecen también a aceptar esos nuevos estilos comunicativos y la dinámica familiar vaya mejorando poco a poco.
Siempre que veamos que la situación nos sobrepasa, o que no somos capaces de mejorar la situación, tenemos la opción de recurrir a la ayuda profesional de un psicólogo que nos sirva de guía para identificar los problemas y a implementar las soluciones apropiadas para cada caso.
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