Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.

El avance psicológico en Psicoterapia.
Para ayudar a mis pacientes a entender la evolución que siguen a lo largo de la psicoterapia, suelo hablarles de las claves en las que me fijo, que no son otras que los parámetros que utilizamos los profesionales para valorar los síntomas.
Estos parámetros son los siguientes:
- INTENSIDAD
- FRECUENCIA
- DURACIÓN.
La Intensidad se refiere al nivel de malestar que nos genera un síntoma. Para evaluarlo podemos crear una escala subjetiva de 0 – 10. Donde el 0 equivale a ausencia del malestar, y el 10 al nivel de perturbación más alto que pueda experimentar respecto a ese síntoma. Por poner un ejemplo, un paciente puede informar tras varias sesiones de intervención, que sigue experimentando síntomas fisiológicos de ansiedad, pero con un nivel 4 de intensidad, cuando al inicio de la psicoterapia informaba de un nivel 8 ó 9.
La Frecuencia nos indica el número de veces que aparecen los síntomas que me perturban. Por ejemplo, un paciente puede observar que un determinado síntoma, como por ejemplo ideas obsesivas de contaminación, tras haberlo trabajado en psicoterapia, lo experimenta 5-6 veces a la semana, mientras que al principio, aparecía 3-4 veces al día.
La duración hace referencia a la cantidad de tiempo que está presente un síntoma una vez que aparece. Es decir, tras avanzar en la psicoterapia, un paciente puede seguir informando de apatía a primera hora de la mañana todos los días, pero que es capaz de retornar a la normalidad pasados unos 20 minutos, mientras que al principio, ese estado, le podía durar hasta varias horas.
Conocer y tener en cuenta estos parámetros puede ayudar al paciente a comprender la evolución que está siguiendo. Y entender que aunque siga experimentado un determinado síntoma a diario (como por ejemplo, ansiedad), si la intensidad con la que aparece es menor, ya está consiguiendo avances.
Además de saber que existen estas claves para entender la propia evolución de cada uno, es importantísimo conocer que el proceso de recuperación pasa por fluctuaciones, donde uno puede experimentar importantes avances, y a la semana siguiente volver a sentir síntomas que creía tener superados. Estos aparentes retrocesos pueden hacer sentir frustración al paciente y generar pensamientos del tipo: “no estoy avanzando”, “no voy a ser capaz de superar mi problema”, “siempre vuelvo a lo mismo”. Pues bien, estas fluctuaciones son perfectamente normales, y en muchas ocasiones, analizando lo que ha ocurrido podemos hacer ver al paciente, que ha podido volver un determinado síntoma, pero que no lo está experimentando con tanta frecuencia como antes, y que por lo tanto no está igual que al principio, ni mucho menos. De hecho, estos altibajos, suelen tratarse de pequeños períodos y puede alcanzarse el nivel de funcionamiento previo con cierta facilidad y poder seguir así avanzando en su proceso.
Mantener una actitud positiva y confiar en el proceso de desarrollo personal, va a ser una clave importante a la hora de hacer frente a estas fluctuaciones. Si alimentamos con pensamientos de tipo negativo y rumiaciones el bache por el que estamos pasando, estaremos haciendo que el malestar crezca y sea más fuerte. Es más adaptativo pensar que es perfectamente normal tener momentos malos, relativizar la importancia de ese malestar, y pensar que mañana puede ser perfectamente un día mejor. No hay que olvidar, que en el individuo “sano” también aparecen fluctuaciones en su estado de ánimo. Todos sabemos lo que es tener un mal día, pero también sabemos que ese “mal día” no es mi normalidad sino algo pasajero.
Lear More
Amor incondicional para sanar la autoestima
Como queda explicado en este enlace «autoestima y asertividad«, la autoestima es la valoración que hacemos sobre nosotros mismos, está relacionada con el autoconcepto e influye enormemente en nuestra manera de sentir y de funcionar en las relaciones con otras personas.
Muchos pacientes se quejan de tener una “autoestima baja” y desean trabajar sobre ello para poder sentirse bien y adaptarse mejor a su entorno. El trabajo hacia una autoestima sana suele abarcar distintas vías de acción terapéutica, y siempre hay que tener en cuenta las circunstancias personales que puedan estar influyendo para poder así planificar una intervención personalizada.
En ocasiones invito al paciente a reflexionar sobre lo que piensa de sí mismo. Y con frecuencia nos encontramos que la comprensión y flexibilidad que uno pone en marcha para valorar a otros, no se lo aplica a sí mismo. Por ejemplo, uno puede entender y perdonar a un amigo ante un error, pero si es uno mismo el que ha cometido la falta, le sobrevienen sentimientos de culpa, rabia o fracaso tales que no le permiten avanzar. O, puede no dar ninguna importancia a una determinada característica física del otro, pero si uno considera que tiene “un defecto físico”, le afecta considerablemente a su autoestima.
Una propuesta para trabajar sobre la autoestima es reflexionar sobre el “amor incondicional” que sentimos hacia determinadas personas importantes en nuestras vidas con las que mantenemos relaciones sanas, como por podría ser: mi padre, mi madre, mi hijo/a, mi hermano/a, un amigo/a, mi pareja, etc. El amor incondicional hacia estas personas hace que seamos capaces de ser comprensivos si hay algún problema, de empatizar con sus circunstancias, y de amarlos a pesar de conocer sus puntos débiles y sus errores del pasado. Podemos reconocer actitudes o formas de ser en el otro que no nos gustan del todo, pero entendemos que también forman parte de esa persona importante en nuestra vida, y lo aceptamos así.
Pues bien, algo así es lo que deberíamos sentir; amor incondicional hacia nosotros mismos. Esto implicaría varias claves importantes a la hora de trabajar sobre la autoestima:
- La aceptación de uno mismo; con nuestro pasado, con nuestras circunstancias actuales, con nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles, con nuestros éxitos y con nuestros fracasos. Nos valoramos por ser quienes somos. Y para conseguir esta valoración podemos empezar por apoyarnos en nuestros logros, en aquello que sí se nos da bien.
- Aceptar los errores del pasado. La culpa o el sentimiento de fracaso no nos aportan nada nuevo, nada que nos permitan mejorar o avanzar. Es importante no anclarse en estos sentimientos y pensar en el pasado solo para tratar de aprender de él. Trabajar sobre la resiliencia, nos puede ayudar a mejorar nuestra autoestima.
- El autocuidado como signo de valoración: “cuando tenemos algo valioso lo tratamos con cuidado”. Por lo tanto es importante cuidar nuestra imagen, nuestros hábitos, nuestras rutinas y atender también a nuestras necesidades.
- Evitar las comparaciones con los demás. En cualquier ámbito de la vida, siempre vamos a encontrar a alguien que le «va mejor» o que «es más bueno que yo en…», pero la realidad es que también va a haber personas que estén en una situación peor que la mía. Por lo tanto, el hecho de compararse con otros, en la mayoría de las ocasiones no nos aporta una información relevante, y en cambio, sí puede llegar tener consecuencias negativas para mí si me fijo solo en las comparaciones donde yo salgo desfavorecido.
Si nos fijamos, las claves que he expuesto para mejorar la autoestima, conllevan un proceso en continuo movimiento, no es algo estático. Es decir, la aceptación de mis propios errores o de cómo soy, no implica conformarse y ya está. La aceptación y el autocuidado no está reñido con proponerse avanzar, mejorar, aprender, desarrollarse en lo que cada uno crea conveniente, y sentirse así mejor consigo mismo.
Lear More
La felicidad es suave y tranquila
En estas fechas pasadas, que nos hemos pasado el día deseando felicidad para nuestros seres queridos, me gustaría reflexionar sobre la Felicidad. Para ello os traigo un fragmento de una novela de Isabel Allende, ‘El amante japonés’.
Me encantó cuando lo leí y me apetecía compartirlo con vosotros, pues describe de una forma bella lo que entiendo por felicidad.
‘….
– Lo que intento decirte, Irina, es que no debes seguir anclada al pasado y asustada por el futuro. Tienes una sola vida, pero si la vives bien, es suficiente. Lo único real es ahora, este día. ¿Qué esperas para empezar a ser feliz? Cada día cuenta ...
– La felicidad no es para todo el mundo, Cathy.
– Claro que sí. Todos nacemos felices. Por el camino se nos ensucia la vida, pero podemos limpiarla. La felicidad no es exuberante ni bulliciosa, como el placer o la alegría. Es silenciosa, tranquila, suave, es un estado interno de satisfacción que empieza por amarse a sí mismo. …’
Me parecen muy interesantes dos apreciaciones que aparecen en el último párrafo:
- Diferenciar entre alegría y felicidad. Habla de la alegría como una emoción más intensa, y de la felicidad como algo más calmado y estable en el tiempo. En ocasiones podemos confundir ambas, considerando que si no me siento alegre todo el tiempo, no puedo sentirme feliz. Nada más lejos de la verdad; uno puede sentirse satisfecho con su vida, feliz, pero no estar dando saltos de alegría todo el tiempo. No es necesario que estemos viviendo continuamente experiencias extraordinarias para ser felices, la felicidad está en las pequeñas cosas, al alcance de nuestra mano.
- La felicidad empieza por amarse a sí mismo. Para ser felices necesitamos sentirnos satisfechos con nuestras circunstancias y con nosotros mismos. Amarse a uno mismo implica aceptarnos tal y como somos, aunque a la vez trabajemos para aprender y mejorar nuestras circunstancias.

La importancia del discurso interno; lo que nos decimos
En psicoterapia solemos trabajar sobre el contenido de nuestros pensamientos y sobre cómo los expresamos.
Con mucha frecuencia tendemos a exagerar, enfatizar o dramatizar sobre los aspectos negativos de nuestro día a día mientras que relativizamos o damos mucha menos importancia a las cosas buenas que nos ocurren.
Por ejemplo, son frecuentes las quejas sobre mis circunstancias familiares, mi trabajo, mi entorno social, etc., pero no solemos resaltar lo que sí está funcionando bien. Damos por hechos normales tener trabajo, o tener cerca a nuestras personas queridas, y no nos concentramos en lo positivo de estas circunstancias, restándoles así valor. Pero sin embargo, si me quedo sin trabajo, o no puedo contar con alguien de mi entorno, sí lo considero como un problema importante.
Además de la tendencia a enfatizar los aspectos negativos de nuestras vidas, también desarrollamos verbalizaciones, en muchas ocasiones desproporcionadas, sobre los contratiempos que nos surgen: «como suspenda el examen me da algo«, «si me quedo sin trabajo me muero«, ‘es imposible soportar más esta situación’… Nos enfada o nos pone nerviosos que las cosas no salgan como uno espera, nos cuesta adaptarnos a los cambios, nos desanimamos cuando tenemos algún conflicto social, o experimentamos como una «catástrofe» cualquier tropiezo en nuestro día a día, etc.
El contenido de nuestros pensamientos y de nuestras palabras están íntimamente relacionadas con la reacción emocional que experimentamos. Así, si valoro como una desgracia un cambio en mi trabajo, la reacción emocional que le sigue tendrá una connotación negativa mucho más intensa que si me concentro en ver las opciones u oportunidades que pueden venir tras el cambio.
De la misma manera que las verbalizaciones sobre nuestros pensamientos que contienen exageraciones y autocríticas negativas nos generan malestar emocional, podemos conseguir justo el efecto contrario si nos esforzamos en desarrollar un discurso más positivo.
Para aprender a desarrollar ese discurso positivo podemos atender a las siguientes claves:
— busca los aspectos positivos de las circunstancias que estás viviendo y enfatiza su importancia. «A veces discuto con mi hijo, pero pasamos muchos momentos agradables, me gusta conocer de cerca la persona en la que se está convirtiendo». Trata de utilizar palabras con un significado positivo.
— evita los pensamientos anticipatorios catastrofistas. «Cuando me incorpore de nuevo al trabajo, estaré más preparado para afrontar las cuestiones laborales» en vez de «pienso en volver al trabajo y ya me pongo malo».
— trata de ser flexible ante los cambios. Nuestros planes deben ser elásticos para evitar así la frustración y conseguir adaptarte mejor a mi entorno. «Si me surge algún contratiempo, ya valoraré entonces cuáles son las opciones para solucionarlo».
— evita los pensamientos de todo-nada. Existe toda una gama de grises llena de opciones u oportunidades.
— reduce las autoexigencias. Cambia los tengo que por me gustaría. Genera menos estrés decir me gustaría ir al gimnasio esta tarde que tengo que ir…
— Intenta no abusar de las generalizaciones, dramatizaciones y victimismos.
Cambiar nuestro estilo de comunicarnos y de pensar lleva tiempo y necesita constancia. Empieza por observar el contenido de tus pensamientos y tus palabras, e incluso los de las personas de tu alrededor, y verás cómo efectivamente, abusamos de estilos negativos que podrían ser modificados y conseguir así un mayor bienestar con nosotros mismos.
Lear More

¿Cuánto influyen las redes sociales en tus relaciones?
La tecnología ha entrado de lleno en nuestras vidas influyendo directamente en el modo en el que nos relacionamos, en nuestra forma de comunicarnos y por supuesto en la experiencia de tener pareja, especialmente en aquellas personas que dominan y están acostumbradas al uso de las distintas aplicaciones y redes sociales.
Recuerdo la frase de un anuncio de televisión que decía algo así como “recuerdas cuando antes llamabas a un lugar en vez de a una persona….”. Y efectivamente, ya no llamamos a “casa de” o al “trabajo de” sino que contactamos directamente con la persona. Y tenemos multitud de medios para hacerlo, ya no sólo existe la posibilidad de hacer una llamada: facebook, twitter, whatsapp, telegram, instagram, youtube, blogs, correo electrónico, …, el listado es más largo y seguramente vaya creciendo con el tiempo. Estos medios no solo nos proporcionan distintas maneras de contactar con alguien, si no también nos facilitan tener información del otro en cualquier momento.
En muchas ocasiones se plantea el debate de si tener acceso a gran cantidad de información de manera inmediata es realmente bueno para nosotros o no. Supongo que la cuestión es el uso que hacemos de la tecnología que tenemos a mano. En general, parece que la tecnología nos facilita la vida y nos da un sinfín de oportunidades, pero por otro lado, puede complicarnos mucho las cosas.
En el caso de las relaciones interpersonales y sentimentales, ¿quién no ha tenido un roce, una discusión a causa del nuevo modo de “relación virtual”. Os puedo poner ejemplos que durante las terapias me cuentan los pacientes.
- “…como me ha bloqueado en facebook, whatsapp, y no me contesta a la llamadas, me he metido en el perfil de mi amiga para saber qué hace”
- “mi novia se enfadó porque vio que mi última hora de conexión al whatsapp fue a las cuatro de la mañana y pensó que había salido de fiesta”
- “me pongo nervioso cuando veo que ha recibido el mensaje, que lo ha leído y aún así no me contesta”
- “sospecho que mi novio y mi amiga están liados porque siempre aparecen “en línea” a la vez”
- “alguna vez he aprovechado que mi pareja está en el baño para mirarle el móvil, a ver si veo algo sospechoso”
- “la comunicación y la convivencia con mi pareja se está volviendo insoportable, se pasa todo el día con el móvil en la mano y no atiende a nada más”
- “anoche nos pusimos a discutir por el móvil y acabamos cortando la relación”
Todos estos ejemplos que he puesto tienen un aspecto en común, y es la tendencia a desarrollar conductas obsesivas y de control sobre el otro, desplazando a otras cualidades importantes y necesarias en las “relaciones sanas” como son la paciencia, la confianza, la intimidad y el espacio personal.
Seguramente las generaciones más jóvenes son las más vulnerables a los efectos negativos de las tecnologías en nuestras relaciones sociales y de pareja, por ello es muy importante enseñarles a hacer un uso apropiado y controlado de las redes sociales y demás aplicaciones, y mostrarles otras vías de comunicación y de solución de problemas.
Lear More
Alianza terapéutica; el «vínculo sanador» entre paciente y terapeuta
Cuando se inicia un proceso terapéutico con un nuevo paciente, uno de los primeros objetivos de la intervención psicológica es generar una sana alianza terapéutica.
La alianza terapéutica es el “vínculo sanador” que se establece entre el terapeuta y el paciente desde las primeras sesiones y a partir del cual se va a articular toda la intervención psicológica y va a favorecer el cambio que el paciente necesita.
En el inicio de la terapia, el profesional debe crear un entorno agradable donde el paciente pueda expresar los motivos que le han llevado a pedir ayuda psicológica, y también mostrar interés en conocer las circunstancias que rodean a la persona con la que está trabajando, y así entender mejor su situación.
Las principales habilidades terapéuticas que el psicólogo debe mostrar en estos primeros momentos y a lo largo de toda la intervención son la escucha activa, la objetividad y la empatía. En estos primeros momentos es adecuado también que el profesional explique de forma clara y cercana en qué consiste un proceso terapéutico, qué puede esperar de él, y aclarar las dudas que el paciente pudiera tener.
El psicólogo debe conseguir acomodarse a las necesidades y características personales del paciente al que está tratando.
Es importante que el profesional se muestre cercano, disponible, seguro, profesional, empático y comprensivo. Esto ayudará al paciente a expresarse sin miedo a ser juzgado. En las terapias, el paciente suele narrar episodios o circunstancias de su vida muy personales e íntimas, y es importante que pueda hacerlo con libertad, sintiéndose comprendido y seguro. Esto facilitará que experimente la ventilación emocional propia del propio proceso terapéutico.
En ocasiones el éxito de la terapia depende de la calidad de esta relación. Si el paciente no termina de sentirse cómodo con su psicólogo, o no confía en el tipo de trabajo que se está realizando, con toda seguridad, acabará abandonando la terapia antes de alcanzar su objetivo de bienestar. Y el “fracaso” en un proceso terapéutico, puede desanimar al paciente a intentarlo de nuevo con otro profesional. De ahí la importancia y la responsabilidad del psicólogo de ser capaz de crear un vínculo adecuado con el paciente para poder llevar a cabo la intervención psicológica que necesita.
Lear More
El aislamiento que nace del maltrato de género
PSICOLOGÍA EN PEQUEÑAS DOSIS;
Cuando una mujer se ve envuelta en una relación de pareja donde existe violencia de género, puede permanecer en ella muchos años antes de decidirse a salir de esa relación, y muchas no llegan a hacerlo nunca.
Desde fuera, resulta difícil de entender por qué una persona permanece en una relación de pareja donde no es tratada con respeto, pero esa “adaptación paradójica” a la violencia es parte del círculo de maltrato.
El maltrato de género suele ser un proceso que avanza progresivamente, y a lo largo del mismo la mujer sufre ataques continuos a su autoestima, a su autoconcepto y a su capacidad para actuar, así, poco a poco, se va quedando sin recursos para salir de la situación de maltrato.
Además, la mujer maltratada suele generar una fuerte dependencia emocional de su pareja, sintiendo que no es una persona válida y que sin él no tiene opciones en el mundo real.
Esta situación se complica con otros factores que suelen estar presentes; el miedo, la falta de recursos económicos para llevar una vida independiente, el aislamiento social, los hijos en común, etc. De tal manera que esta relación conflictiva se convierte en un complicado entramado de circunstancias adversas de las que es muy difícil escapar.
A menudo, los amigos y familiares de una mujer maltratada tratan de advertirla sobre la situación, la animan a que abandone a su pareja pero en muchas ocasiones se encuentran con respuestas evasivas, con excusas y justificaciones difíciles de entender cuando no se conoce el proceso de destrucción emocional al que es sometida la mujer víctima. Así, los allegados acaban distanciándose del problema o bien por el cansancio y la decepción ante la falta de acción de la mujer maltratada, o porque ella misma esconde su problema más aún; sabe que los demás no “aprueban” su relación de pareja, y la vergüenza y la culpa hacen que se aisle aún más de su entorno.
Desde Decide Psicología queremos brindar nuestro apoyo a todas las mujeres que se encuentran en una situación tan complicada, ofreciendo la información, la comprensión y la ayuda psicológica especializada que necesitan para afrontar y/o superar una relación de violencia de género.
Lear More
¿Cuándo debo ir a un psicólogo?
En algunos momentos de nuestra vida nos encontramos con circunstancias que rebasan nuestra capacidad de afrontamiento; esto puede generarnos estrés, ansiedad, rabia, frustración, culpabilidad o tristeza, y sin embargo, no nos impiden seguir adelante con nuestra vida.
Pero en ocasiones, estas emociones, que son normales en todos los seres humanos, pueden llegar a provocar un grado de sufrimiento más intenso, duradero o incontrolable, que nos hagan necesitar ayuda externa.
Si no les hacemos frente, estas emociones negativas puedan «enquistarse» y acompañarnos en nuestras vidas mucho más tiempo del deseado, interfiriendo en nuestra vida cotidiana de tal forma que no nos permita llevar una “vida normal” (con esto nos referimos por ejemplo a que no podemos dormir, o comer, relacionarnos con nuestros amigos, terminar nuestros estudios o desempeñar adecuadamente nuestro trabajo).
Para enfrentar la inestabilidad emocional hace falta tiempo y poner en marcha determinadas estrategias que nos ayuden a superar los síntomas y sus consecuencias.
En muchas ocasiones la persona decide hacer este trabajo solo, o contando con la ayuda de quienes le rodean. Y en otras, además, se decide recurrir a un profesional de la salud mental.
El psicólogo sería el médico del alma, el especialista de las emociones, el comportamiento y el pensamiento humanos. Es quien nos puede ayudar a encontrar soluciones a circunstancias a las que no hemos sabido enfrentarnos por nosotros mismos. Igual que si tenemos un dolor de espalda, que no conseguimos paliar con calor y una pomada, acudimos al fisioterapeuta, cuando tenemos un malestar emocional que no somos capaces de superar, podemos acudir al psicólogo.
En la sociedad actual, la figura del profesional de la psicología no siempre está bien vista y está rodeada por muchos mitos: puede leer la mente, puede cambiar tu forma de ser, puede influirte sin que te des cuenta, puede saber cosas de ti mismo que ni tú conoces, te hacen remover el pasado para nada. Incluso se piensa que hay que estar muy mal para decidirse a ir, o que quien va es porque está loco y que puede ser objeto de miradas y comentarios.
Lo cierto es que no es necesario estar enfermo para poder reclamar la ayuda de un profesional.
En ocasiones las personas piden ayuda cuando creen haber llegado a un límite o la situación está bastante descontrolada. Esto implica que quien acude al psicólogo lleva un periodo de tiempo relativamente largo “fracasando” en sus intentos por solucionar el problema, lo que conlleva un determinado sufrimiento e inevitablemente lleva a un detrimento de su bienestar y/o felicidad. (te invitamos a leer esta interesante entrada sobre las dificultades que se pueden experimentar cuando se tienen algunas dificultades psicológicas: ¡no quiero sentir malestar emocional!
Además, cuanto más tiempo esperemos, probablemente la situación esté más deteriorada, y por lo tanto el tiempo que uno tiene que invertir para mejorar será, frecuentemente, mayor.
Así, parece más sensato no solo acudir al psicólogo cuando se percibe una lesión emocional grave, sino cuando se empiezan a detectar pequeños signos, síntomas, que por sí mismo, uno no es capaz de sanar.
El planteamiento es que, aunque no podemos controlar todas las variables del universo, ni evitar que ciertas cosas no funcionen bien en nuestras vidas, sí que podemos trabajar para «procurar el menor sufrimiento posible ante las cosas malas que nos ocurren».
¿En qué y cómo puede ayudar un psicólogo?, es decir ¿para qué situaciones o problemas está aconsejado?
Acudir al psicólogo no significa que estemos “locos”, ni que tengamos un “problema grave”.
La figura del psicólogo es la que nos va a ayudar a desarrollar las estrategias necesarias para hacer frente a los problemas que no hemos podido resolver por nosotros mismos.
Nos puede ayudar a superar una ruptura sentimental, a buscar la forma de salir adelante en “una mala racha”, a mejorar nuestra manera de relacionarnos con los otros o comunicarnos mejor, a superar la pérdida de un ser querido, una vivencia traumática o cuando existe una situación de violencia o maltrato.
Podemos necesitar consejo profesional a la hora de educar a nuestros hijos, cuando existe alguna circunstancia o problemática añadida (por ejemplo, un niño con necesidades educativas especiales) o en periodos del desarrollo más conflictivos (por ejemplo, en la adolescencia).
También puede resultar positiva la aportación de un profesional de la psicología cuando existen problemas de pareja o problemas en el ámbito sexual.
Asimismo existen numerosas patologías, lo que se conoce como enfermedades o trastornos mentales (que tendrán mayor o menor gravedad según el caso), en las que la intervención de un psicólogo no sólo es muy recomendable, sino prácticamente imprescindible: trastornos de ansiedad, del estado de ánimo, de la conducta alimentaria, adicciones, toc, etc.
Como podéis ver, son incontables las situaciones en las que una persona puede encontrarse superado por las circunstancias y buscar la ayuda de un profesional.
Probablemente encontraréis personas que opinarán que existe una tendencia en la actualidad a acudir al psicólogo “por motivos insignificantes”, que utilizarán argumentos como “eso antes se arreglaba con un par de bofetadas”, “en mis tiempos se aguantaba más” o “pues de toda la vida cuando te ha dejado la novia te vas de borrachera y arreglado”.
No creemos que exista un nivel de sufrimiento o malestar determinado a partir del cual haya que ir al psicólogo necesariamente, cada persona tiene unos aprendizajes, experiencias y vivencias propias y sufre y disfruta de forma única e intransferible, por lo que la situación que a una persona le lleva a decidir que necesita acudir al psicólogo puede ser difícilmente comprensible para otra.
Incluso hay personas que, sin presentar un sufrimiento intenso en ningún ámbito de su vida, deciden acudir a la consulta de un psicólogo para experimentar un crecimiento personal o desarrollar determinados aspectos de su personalidad en los que observan alguna carencia: mejorar su capacidad de liderazgo, aprender a comunicarse mejor, a desenvolverse en determinadas situaciones o desarrollar una autoestima más fuerte.
¿Cómo trabaja el psicólogo en el ámbito sanitario?
El psicólogo es una persona normal y corriente que, con una formación académica y una actitud adecuada, trabaja sobre la información que le trae el paciente de una manera distinta a como la harían la familia o las amistades.
- El psicólogo no juzga, ni critica, ni entra a hacer valoraciones sobre “lo que está bien” o “lo que está mal”. La información que se recoge se utiliza sólo como medio para conocer las experiencias que ha vivido el paciente, para detectar síntomas, comportamientos y actitudes poco adaptativos y los mecanismos de afrontamiento de los que dispone el paciente. Es decir, la información se utiliza para el tratamiento.
- El psicólogo sirve de guía. No dispone de fórmulas mágicas, ni de la solución a cada problema que se le plantea. No nos dice lo que tenemos que hacer, pero sí nos ayuda a encontrar nuestras propias soluciones, a plantearnos nuestros propios objetivos y propósitos. Nos ayuda a visualizar otras perspectivas, a enfrentar nuestros conflictos personales desde puntos de vista alternativos, a marcarnos metas realistas, coherentes y alcanzables. En definitiva, nos acompaña en el proceso de superación personal y sanación.
- El psicólogo sirve como apoyo. A través de la escucha activa el paciente puede verbalizar sus problemas, desde un clima de tranquilidad, comprensión y empatía. Relatar los miedos, inseguridades o problemas pueden tener un efecto aliviador al que llamamos ventilación emocional.
- El psicólogo busca establecer un clima de confianza que le ayude a trabajar junto con el paciente en alcanzar los objetivos planteados; es lo que se conoce como alianza terapéutica: este concepto se refiere al vínculo que se establece entre terapeuta y paciente, partiendo de la base de que el paciente necesita ser comprendido y aceptado. Para construir una buena alianza terapéutica es importante que exista cierto grado de acuerdo entre ambos tanto en los objetivos a conseguir como en los medios necesarios para conseguirlos. Para ello el terapeuta ayudará al paciente, al principio de la terapia, a definir claramente cuáles son los objetivos que éste último persigue; además es importante que el psicólogo explique al paciente cuáles serán los medios y técnicas que utilizarán durante las sesiones, de forma que el paciente pueda mostrar su acuerdo o desacuerdo con ellas.
A través de estas y otras herramientas, que dependerán tanto de los objetivos que tenga el paciente respecto a su intervención como de la corriente psicológica a la que se adscriba el terapeuta, se irá trabajando durante las sesiones para lograr un cambio duradero que permita al paciente desenvolverse en su vida diaria ahora y en el futuro.
¿Te atreves a probar la experiencia y saber cómo podemos ayudarte? Decídete y ponte en contacto con nosotras; ¡la primera sesión es gratis!
Lear More