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GRACIAS
Ya tenemos encima la Navidad, y esta época se presta a acercarnos más a nuestra gente; más besos, más abrazos, más llamadas y más sonrisas.
Nos juntamos, nos ponemos guapos, hacemos y recibimos regalos, jugamos, cantamos, bailamos, hablamos y cómo no, las comilonas.
Pero no todo es alegría y felicidad en esta época. Hay personas que lidian con el dolor por una pérdida importante (y en estas fechas el dolor se agudiza), hay personas que no tienen cerca a sus seres queridos, hay personas que no tienen seres queridos con quien celebrar, y hay personas, que simplemente no le ven el encanto a esta época del año.
Yo soy de las que sí disfruta de esta época. Me encanta compartir tiempos con mi gente y los disfruto muchísimo. Y claro, en Navidad, sí o sí, conseguimos reunirnos. Y cuando tienes peques, disfrutas viendo cómo alucinan con la magia de la Navidad. Le veo menos encanto a la parte tan comercial de estas fechas y que todo son aglomeraciones y atascos, pero puedo sobrellevarlo.
También es una época de reflexión, de propósitos y de agradecimientos.
Y yo tengo mucho por lo que sentirme agradecida.
Y en especial quiero dar las gracias a todos los que estáis ahí:
A mi compañera Lucía, porque siempre es un placer trabajar contigo.
A toda mi gente que me apoya en este proyecto.
A todos los que me vais siguiendo por las redes sociales.
A todos aquellos que dedicáis unos minutos a leer los contenidos que voy publicando y los compartís.
A todos los que os ponéis en contacto conmigo para contarme vuestro caso o vuestras dudas.
Y por supuesto a todos los valientes que se han atrevido a hacer frente a sus dificultades y han decidido que yo les acompañe en ese proceso.
GRACIAS POR CONFIAR EN MÍ. GRACIAS POR CONFIAR EN DECIDE PSICOLOGÍA.
Por último quiero mandar un fuerte abrazo y mucho ánimo a todas esas personas que sé que no estáis pasando un buen momento. También me acuerdo mucho de vosotros.
Lear MoreQuiero romper con mi pareja, pero no puedo.
Todos conocemos o incluso hemos llegado a vivir la situación de permanecer en una relación de pareja aun sabiendo que está muerta y que nos sentimos insatisfechos. La decisión de romper la relación puede resultar muy dura, es probable que lo alarguemos en el tiempo y que no nos sintamos capaces de hacerlo.
Cuando estamos valorando si romper o no la relación de pareja nos encontramos con muchos pensamientos que entran en conflicto, por un lado están los sentimientos hacia la otra persona y un sinfín de miedos: el miedo a la reacción del otro, el miedo a los cambios que tendré que afrontar tras la ruptura, el miedo a equivocarnos, el miedo a sufrir, el miedo a la soledad, etc. Pero por otro lado pensamos en los aspectos de la relación que ya no nos satisfacen, los conflictos que han surgido durante la misma y esa intuición que nos lleva a pensar en que la decisión de romper podría ser la adecuada.
Los indicios que nos pueden llevar a pensar en la ruptura son múltiples, dependen de muchísimos factores, y como cada relación es un mundo, pueden variar considerablemente. Aún así, voy a enumerar muchas de las quejas que me plantean los pacientes que se encuentran en esta situación: sensación de insatisfacción general, distanciamiento de la pareja, menor contacto físico y afectivo, disminución de relaciones sexuales, problemas en la comunicación, poco entendimiento, dificultad para encontrar puntos en común, actitudes egoístas (centradas en uno mismo), infidelidades, no sentirse enamorado del otro, actitudes o emociones que no deben estar en una relación de pareja “sana” tales como celos, falta de confianza y querer controlar o cambiar al otro.
Pues bien, una vez que nos encontramos en esta situación tenemos que tener muy claro que una ruptura sin dolor es prácticamente imposible.
“No es realista pretender dejar una relación de pareja significativa sin que duela”
Una de las principales barreras a la hora de llevar a cabo la ruptura es no querer dañar al otro; “querer hacerlo bien”, y es comprensible que no queramos herir a la persona que todavía sigue siendo nuestra pareja. Pero este tipo de barreras nos pueden llevar a alargar indefinidamente una situación donde no nos sentimos bien. Y si nos mantenemos en una relación que no está funcionando, es muy posible que se produzca tal desgaste, que la convivencia llegue a ser muy desagradable o lleguen a darse conflictos importantes. Y en algún momento, tendremos que hacer frente a la ruptura igualmente, pero más débiles, por todo el desgaste sufrido.
Además, es más importante conseguir poner fin a una situación que no es positiva para ninguno de los miembros de la pareja, y que cada uno tenga la posibilidad de rehacer su vida, que el hecho de “romper bien”. Pasado un tiempo, no se recordará tanto el modo en que se produjo la ruptura, sino la oportunidad de construir una nueva vida.
“Cuánto menos dolorosa sea la ruptura para ambos, mejor. Pero si no es posible, mejor romper que quedarse atrapado en una relación insatisfactoria”
Otra de las barreras que aparece con frecuencia y que nos impiden tomar la decisión, es que consideramos que la otra persona es más vulnerable, la vemos más enamorada o ha generado mucha dependencia de nosotros y no consideramos que sea capaz de aceptar la decisión fácilmente, y al final nos mantenemos en la relación “por pena”.
Pues bien, lo mejor que puedes hacer por una persona a la que quieres, pero no como una pareja, es darle la libertad para poder rehacer su vida.
Tras una ruptura, tanto si eres el que ha tomado la decisión, como si eres el “dejado”, supone una pérdida y es necesario pasar por el duelo correspondiente. Quizás es importante «desdramatizar» este sufrimiento, una vez que uno ha conseguido romper definitivamente con el otro, sin contactos ni nuevas interacciones, es posible que en unas pocas semanas ya estemos lo suficientemente reestablecidos. Eso sí, es normal que los primeros días uno sufra episodios de llanto frecuentes, eche mucho de menos a la otra persona, tenga impulsos difíciles de controlar de contactar con su expareja y tenga dudas sobre si ha tomado la decisión adecuada.
El hecho de romper puede resultar doloroso, pero también, trae cosas buenas. Ganamos libertad, podemos tomar decisiones atendiendo sólo a nuestras necesidades y deseos, podemos crear un nuevo estilo de vida, conocer gente nueva e iniciarnos en actividades diferentes.
Tras la ruptura, tenemos la oportunidad de volver a conectar con uno mismo.
Los problemas de pareja, la toma de decisiones o el superar una ruptura, son consultas muy frecuentes en psicoterapia. Contacta con Decide Psicología si te encuentras “atascado” en una situación así.
Lear MoreCómo hablar de la muerte a un niño/a. El duelo en la infancia.
La muerte de un ser querido es un hecho difícil de asimilar. Puede suponer un punto de inflexión en nuestras vidas. Y el trabajo del duelo puede resultar largo y costoso. La situación se complica cuando además de lidiar con nuestro dolor, tenemos que explicar a un niño o niña lo que ha sucedido y acompañarles en su proceso.
A continuación os facilitamos unos planteamientos para tener en cuenta en esta difícil tarea:
- Cada niño percibe la muerte de una manera diferente dependiendo de su edad, de su nivel de madurez, de sus propias vivencias, etc. Por lo que sería recomendable que el adulto que va a tratar la muerte con el niño le conozca bien para poder adaptarse a él. Es importante elegir un momento de calma, dedicándole todo el tiempo necesario y permitiéndole que exprese sus emociones.
- Cuando en el entorno cercano al niño hay una persona que sufre una enfermedad grave o ha fallecido alguien, los menores perciben que algo está ocurriendo. Aunque tratemos de “protegerlos” de una situación desagradable; los niños perciben cambios en el tono y en el estado de ánimo de los adultos que le rodean, puede haber cambios en sus rutinas, etc. Por lo tanto, lo mejor es que los niños sean informados de lo que está ocurriendo (adaptando la información a su nivel de desarrollo) y aprovechar también ese momento para tranquilizarlos.
- Cuando vamos a hablar sobre la muerte a un niño pequeño (aproximadamente menos de 6 años) le explicaremos que el cuerpo se detiene del todo; deja de respirar, de moverse y de sentir. Es importante no asociarlo a cuando alguien está dormido porque la persona no volverá a despertarse y además pueden adquirir miedos en torno al hecho de quedarse dormido. Cuando la muerte se produce tras una enfermedad grave, debemos explicar que esa enfermedad no es como cuando se tiene un resfriado o nos duele la tripa. Necesitan entender que existen muchos tipos de enfermedades y con diferentes niveles de gravedad. Añadir múltiples “muy” les puede ayudar a entender la diferencia; “estaba muy muy muy muy muy enfermo y eso le pasa a poca gente”. En el caso de tratarse de una persona mayor, le diríamos algo como “ya estaba muy muy muy muy muy viejito”, para que no se asusten ante el hecho de hacerse mayor o del “envejecimiento” de las personas adultas de su entorno.
- Cuando los niños son más mayores pueden ya entender la irreversibilidad de la muerte y más que explicarles en qué consiste, pueden necesitar información adaptada a su nivel sobre la causa del fallecimiento para evitar que generen angustia en torno a la posibilidad de su propia muerte o a la de otros seres queridos.
- Es muy importante escuchar al niño y permitir que exprese sus emociones sin censurarlo. En ocasiones generan fantasías, miedos o incluso culpa ante la muerte de un ser cercano y necesitan de la comprensión y aclaración del adulto. No debe preocuparnos si durante la conversación también lloramos, le estaremos transmitiendo que pueden expresar sus emociones. Si el adulto se contiene pueden entender que no es adecuado sentir o expresar la pena o la tristeza.
- Recomendamos evitar eufemismos del tipo “pérdida”, “se la ha llevado” o “ha emprendido un largo viaje”, porque pueden entenderlo de manera literal y porque se corre el riesgo de generar en los menores el miedo a ser abandonados generándoles más ansiedad.
- La decisión sobre que los menores asistan o no al entierro o funeral es muy personal. Sin embargo, que estén presentes en los actos de despedida les puede hacer sentirse parte del proceso y les ayuda en la elaboración del duelo.
- Durante el periodo posterior de duelo es recomendable facilitar la expresión emocional del niño mediante dibujos, diarios o cartas (en los más mayores). Seguir atentos para poder aclarar sus dudas o aliviar sus miedos. Mejor si sus rutinas no se ven muy trastocadas y evitar en la medida de lo posible que pasen mucho tiempo con otras personas que no son sus cuidadores habituales.
Por su nivel evolutivo, es común que los niños no tomen la iniciativa a la hora de hablar sobre la muerte y las preocupaciones que les genera, pero no quiere decir que no tengan sus dudas o sus miedos en relación a la muerte. Muchas veces hacen algún comentario aislado y eso nos puede dar la pista de que tienen alguna preocupación asociada a la muerte. Sería el adulto el que en este caso puede buscar el momento adecuado para sacar el tema.
Si tiene alguna consulta o desea información sobre este tema, no dude en ponerse en contacto con nosotras a través de info@decidepsicologia.com o a través del formulario de contacto de esta misma página web.
Lear More«Cuando me quiero morir…», la depresión.
PSICOLOGÍA EN PEQUEÑAS DOSIS;
Algunos pacientes que sufren depresión me cuentan en consulta que las personas de su entorno no logran entender su situación, y se encuentran escuchando “consejos” que no les ayudan y sus allegados tratan de restar importancia a algunos de sus síntomas, seguramente con la intención de animarles a seguir adelante, o también se alarman ante la presencia de otro tipo de respuestas depresivas. (Puede leer más sobre esta circunstancia en «Convivir con la depresión«).
Hoy quería hablaros sobre uno de los síntomas que aparecen en la depresión con relativa frecuencia; las ideas recurrentes de muerte e ideación autolítica. Todo lo relacionado con la muerte se convierte en muchas ocasiones en un tema tabú; el que experimenta este tipo de ideas puede vivirlas con culpa, vergüenza o miedo al rechazo, e incluso pueden evitar expresarlas para no generar más alarma o preocupación en las personas de su entorno.
En primer lugar vamos a hacer un repaso de las características de un cuadro depresivo, (podéis leer más sobre la depresión pinchando aquí). Los episodios depresivos cursan con una sintomatología que varía de un sujeto a otro y que suele tratarse de sentimientos de tristeza, vacío o desesperanza, incapacidad para disfrutar de actividades que antes sí resultaban placenteras, alteraciones de la alimentación, del sueño y del nivel de actividad, apatía, sentimientos de culpa, alteración en procesos cognitivos de atención, concentración y memoria, e ideas recurrentes sobre la muerte o ideación autolítica.
Las ideas relacionadas con la muerte suelen experimentarse en forma de pensamientos como “no me importaría no despertarme mañana”, “no encuentro motivos para seguir viviendo”, “la vida me supone un esfuerzo enorme”. Y la ideación autolítica es cuando aparecen pensamientos transitorios, pero recurrentes en torno a la posibilidad de dañarse a uno mismo. Un nivel más grave es cuando el individuo tiene cierta planificación sobre su posible suicidio.
Cuando una persona sufre una depresión, las emociones negativas, las alteraciones en su nivel de funcionamiento y los síntomas físicos como el cansancio, pueden generar un nivel muy elevado de sufrimiento. Además se suele sumar la desesperanza, es decir, pensamientos negativos respecto a su futuro; es como tener la certeza de que su situación no tiene solución. Así el nivel de malestar alcanzado junto con la percepción de no ver posible una mejoría, les llevan a percibir la muerte como una salida a su situación, se ve la muerte como un descanso del sufrimiento que uno siente, una forma de conseguir dejar de sentirse mal.
Como he expuesto al principio, las ideas relacionadas con la muerte son un síntoma más dentro de un cuadro depresivo, pero por su contenido, generan gran alarma en la propia persona que las experimenta y también en sus allegados.
En psicoterapia abordamos la depresión desde distintas áreas, trabajando en cada momento diferentes síntomas o quejas, para ir consiguiendo progresivamente una mejora a nivel global. Tratamos de “vigilar” de cerca la sintomatología relacionada con ideas sobre muerte o ideación autolítica y hacemos un seguimiento de los mismos desde el respeto y la comprensión. Se pueden abordar desde la reestructuración cognitiva, señalando los aspectos que sí funcionan bien en su vida, con psicoeducación y con la elaboración de planes de acción en situaciones de alto riesgo. Y si procede, es necesario valorar el internamiento para evitar la autolisis. Cuando conseguimos ciertos avances en la clínica depresiva del paciente, este tipo de síntomas, tienden a remitir.
Contacta con Decide Psicología si necesitas más información sobre este tema o deseas pedir una cita para abordar cualquier problema que te genere malestar.
Lear MoreSi la vida te da limones…
Seguramente habéis oído alguna vez ese dicho, creo que proviene de Norteamérica, que dice que “Si la vida te da limones, haz limonada”. Quizá es una de las maneras más sencillas de describir la resiliencia. Las personas resilientes son aquellas que hacen limonada con lo que las vida les da, incluso con los sucesos más negativos o amargos de su vida.
Buceemos un poco en los orígenes de este término: La palabra resiliencia proviene de un vocablo latino (resilio, resilire) que significa “saltar hacia atrás o rebotar”, aunque curiosamente es una palabra que no se recoge en los diccionarios en castellano (El Diccionario de la Real Academia Española lo recoge en estos momentos como propuesta o avance para su próxima edición). Podríamos definirlo como un anglicismo, pues su uso en nuestra lengua proviene del inglés resilience, que se utiliza para expresar la capacidad de un material de recuperar su forma original después de haber sido sometido a altas presiones. Es decir, es un término que proviene de la física y la ingeniería.
En el ámbito de la Psicología y las ciencias que estudian el comportamiento, este término comenzó a utilizarse en los años 70 del pasado siglo, y podríamos señalar al psiquiatra infantil Michael Rutter y al neuropsiquiatra y etólogo francés Boris Cyrulnik como padres de la criatura, pues comenzaron a utilizar este término para señalar la capacidad de las personas de superar tragedias o acontecimientos fuertemente traumáticos.
También se utiliza este concepto en otras disciplinas, como la ecología, la sociología, los sistemas tecnológicos o incluso el derecho, siempre para denotar la capacidad de un “sujeto” (ya sean comunidades, grupos sociales, sistemas o personas, según la disciplina de la que hablemos) para recuperar su “estado original” después de haber sido sometido a una fuerte presión externa. Como veis, algo similar en todos los campos.
Pero vamos a la Psicología, que es lo que nos ocupa: inicialmente, el uso del término fue motivado por la constatación de que algunos niños, a pesar de nacer y/o vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollaban psicológicamente sanos, llegando a generar éxito personal, social y moral (Cyrulnik, por ejemplo, estudió la capacidad de recuperación de los sobrevivientes de los campos de concentración durante la segunda guerra mundial y de niños criados en orfanatos). Se habla, por tanto, no sólo de la recuperación de su estado original, sino incluso de una mejora o fortalecimiento del yo después de una situación traumática.
Quizá con la definición que hemos planteado alguno de los lectores pensará que la resiliencia implica cierto grado de “indiferencia” o dureza ante las adversidades, pero no es así: ser resiliente no quiere decir ser insensible, no es que la persona no experimente dificultades o angustias. El dolor emocional o la tristeza son comunes en las personas que han sufrido grandes adversidades o traumas en sus vidas, y quienes presentan mayor resiliencia no se libran de ello; de hecho, el camino hacia la resiliencia probablemente está lleno de obstáculos que afectarán a nuestro estado emocional, y esta cualidad nos ayudará a dar sentido a determinados sucesos y centrarnos no en la capacidad de sufrir o resignarnos, sino en la idea de resurgir, resistir…
¿Qué ventajas o beneficios presentan las personas resilientes en sus vidas frente a las que no lo son? Podríamos destacar los siguientes aspectos:
- En la esfera intrapsíquica o personal: tienen mejor autoimagen, se critican menos a sí mismas, son más optimistas, afrontan los retos de forma positiva, cometen menos errores de pensamiento (exageración, sacar conclusiones precipitadas sin evidencias que lo corroboren…) e interpretan la realidad de un modo más exacto que las personas menos resilientes.
- En la esfera física o biológica: son más sanas físicamente y tienen menos predisposición a la depresión y a otros trastornos del estado de ánimo.
- En la esfera social: tienen más éxito en el trabajo o estudios y están más satisfechas con sus relaciones
Pero… ¿el resiliente nace o se hace? ¿Y puede entrenarse la resiliencia? Probablemente esto es lo que todos os preguntáis, ¿no?: ¿Cómo puedo ser más resiliente? ¿Cómo puedo aprender a afrontar los períodos más difíciles de mi vida, salir entero del trance y encima aprender algo positivo de ellos? Pues la cosa no estaba muy clara en un principio, ya que se partía de la idea de que la resiliencia era una capacidad extraordinaria que algunos individuos tenían y que otros nos limitaríamos simplemente a envidiar o anhelar.
¡TODOS PODEMOS SER RESILIENTES!
Sin embargo la investigación reciente en este campo nos da mejores esperanzas, pues ha demostrado que la resiliencia es ordinaria, es decir, es una capacidad que todos tenemos de forma natural, aunque desarrollada en mayor o menor medida, dependiendo de la configuración de otras capacidades o rasgos y también del ambiente que nos rodea y de las experiencias vividas.
Decimos que esto nos da mejores esperanzas porque parece claro que si todos tenemos “algo” de resiliencia, podemos entrenar nuestras capacidades para “tener más” resiliencia o aprender a sacarle el máximo partido a esta capacidad.
Aunque sea de manera resumida, vamos a intentar exponer a continuación qué características de personalidad son más frecuentes entre los individuos resilientes y en qué áreas se suele trabajar en un proceso terapéutico para ayudar a las personas a mejorar o desarrollar un comportamiento más resiliente.
Buena parte de la literatura sobre el tema se ha centrado en estudiar los factores de personalidad de las personas consideradas resilientes a posteriori (es decir, que se ha visto que encajan en ese concepto de resiliencia) para buscar elementos en común. Entre los más nombrados en los textos destacarían los siguientes: las personas resilientes saben aceptar la realidad tal y como es; tienen una profunda creencia en que la vida tiene sentido; tienen sentido del humor (entendido como la capacidad de reírse de uno mismo o encontrar la gracia o el absurdo en situaciones cotidianas desfavorables, que ayuda a quitarles el peso excesivo); y tienen una inquebrantable capacidad para mejorar.
Por si no os habéis visto reflejados en ninguna de las características anteriores, a continuación hemos elaborado una lista de factores que “ayudan” a construir resiliencia y de habilidades que podemos entrenar y desarrollar si no forman parte de nosotros, tanto en un proceso terapéutico, si fuera necesario, como en nuestro día a día:
- El optimismo es una cualidad importantísima para construir resiliencia. Es fundamental trabajar la visión de uno mismo, del mundo y del futuro. Confiar en las propias destrezas y habilidades, en que las cosas pueden ir bien en el futuro y pensar que se puede controlar el curso de nuestras vidas nos ayudará a afrontar cualquier cosa que pueda suceder. Afrontar el futuro y el cambio como la oportunidad de buscar nuevos retos y relaciones que lleven a lograr más éxito y satisfacción en la vida contribuye al optimismo y por lo tanto a construir resiliencia.
- No debemos olvidar que este optimismo debe ser un optimismo realista¸ en el que se refuerce la capacidad de hacer planes realistas y seguir los pasos necesarios para llevarlos a cabo sin dejarse llevar por la irrealidad o las fantasías (por ejemplo, que los problemas se resuelvan “mágicamente”, sin esfuerzo o intervención por nuestra parte).
- Derivado de lo anterior, resultan fundamentales actitudes como la aceptación y la responsabilidad. La capacidad de asumir que hay cosas que no pueden cambiarse, aceptar tanto nuestras virtudes como nuestros defectos (sin abandonar la intención de cambio o mejoría) y siendo responsables de las consecuencias de nuestras acciones de una manera proporcionada, es decir, sin posicionarse en el papel de víctima (echando la culpa siempre fuera), ni con un sentimiento de culpa exagerado.
- Para construir una actitud resiliente, una parte muy importante que se debe trabajar es la autorregulación. Este concepto se refiere a la capacidad de manejar los propios sentimientos e impulsos cuando son intensos y fuertes (ya sean de tipo positivo o negativo) sin reprimirlos pero sin que éstos sean los que controlen los propios actos. La autorregulación también se relaciona con la capacidad de perseverar en las metas y propósitos aun cuando surgen obstáculos; de recobrar el ánimo incluso en momentos de desesperación; y de manejar el estrés para utilizarlo en propio beneficio. Esto nos permitirá permanecer centrados en situaciones de crisis y controlar los impulsos y la conducta en situaciones de alta presión.
- A la hora de afrontar problemas o dificultades, es importante la orientación a la búsqueda de soluciones, identificando de manera precisa las causas de los problemas para impedir, en la medida de lo posible, que vuelvan a repetirse en el futuro. Asimismo, se deberá también trabajar el pensamiento creativo, que facilita el desarrollo de alternativas de solución.
- En la resiliencia tan importante es “el yo” como “los otros”. Saber pedir ayuda y saber aceptar la ayuda que nos ofrecen es crucial para construir resiliencia. Es substancial contar con redes sociales de apoyo (familia, amigos, vecindario, instituciones…) y rodearse de personas que aporten emociones positivas y transmitan ese “sentimiento de pertenencia” que es vital en todo ser humano. A la hora de desarrollar un comportamiento resiliente es positivo trabajar las habilidades para una correcta comunicación, la empatía (que permite leer las emociones de los demás y conectar con ellas) y una cierta flexibilidad social que permita interaccionar de forma positiva con los otros, evitando en lo posible malos entendidos, expectativas desproporcionadas o presuposiciones negativas en las interacciones sociales.
¿Es necesario haber sobrevivido a una catástrofe o a una guerra para poner a prueba nuestra resiliencia? La muerte de un ser querido, una enfermedad grave, la pérdida del trabajo, problemas financieros serios, la pérdida de lazos familiares y otros vínculos por un cambio de lugar de residencia (como le sucede a muchas personas que han de emigrar a otro país), etc., son sucesos que tienen un gran impacto en las personas, que pueden generar una gran sensación de inseguridad e incertidumbre, y muchas veces, un elevado dolor emocional. En estos casos, se ponen en marcha los mecanismos de la resiliencia, que nos permiten sobreponernos a estos sucesos, aún a pesar del dolor emocional, y adaptarnos de forma positiva a lo largo del tiempo.
Tengáis o no esta maravillosa capacidad bien desarrollada dentro de vuestro catálogo de cualidades, no dudéis que de todos los acontecimientos se puede extraer algo positivo para vuestras vidas y vuestro futuro. Si ahora no conseguís verlo, estáis pasando un mal momento o creéis que hay algún suceso en vuestra vida que os ha dejado una herida emocional, quizá sea un buen momento para ponerse en marcha. Llámanos, ven a vernos y cuéntanos tu caso. Seguro que en Decide Psicología podemos ayudarte a conseguirlo.
Por si os ha interesado el tema y queréis saber más sobre él, aquí van algunas recomendaciones y enlaces:
- “Los patitos feos” de Boris Cyrulnik
- “El amor que nos cura” de Boris Cyrulnik
- “El arte de rehacerse: La resiliencia” de Monika Gruhl
- “El hombre en busca del sentido” de Viktor Frankl
- “La resiliencia: el arte de resurgir a la vida” de Rosette Poletti y Barbara Dobbs
- “La felicidad es posible” de Stefan Vanistendael y Jacques LeComte
- http://es.wikipedia.org/wiki/Resiliencia
- http://www.psicologia-positiva.com/resiliencia.html
- http://www.resiliencia-ier.es/
Saber cuidarse para poder cuidar
Apoyo psicológico a cuidadores de personas dependientes
Podríamos decir que son personas dependientes quienes por razones ligadas a la falta o pérdida de capacidad física, psíquica o intelectual, tienen necesidad de una asistencia y/o ayuda importante -se entiende por ayuda importante la ayuda de otra persona- para la realización de las actividades de la vida diaria.
Cuidar a una persona que no puede valerse por sí misma supone un desgaste. Una carrera de fondo. A veces nos obliga a renunciar a nuestro tiempo libre, a nuestra vida privada, a nuestro trabajo. Esto puede suponer a largo plazo un sentimiento de frustración y a veces de rabia hacia la persona a la que cuidamos, lo que repercute en nuestra salud, física y mental, y en la manera en la que cuidamos.
Es frecuente que se produzcan cambios en las relaciones familiares, en el trabajo y la situación económica, en nuestro tiempo libre, nuestra salud o en el estado de ánimo:
- En las relaciones familiares: los demás miembros de la familia pueden sentir dividida la atención y muchas veces la persona que ha asumido la mayor responsabilidad percibe que el resto de la familia no valora suficientemente su esfuerzo.
- En el trabajo y la situación económica: El cuidador principal muchas veces no puede compaginar los cuidados de la persona dependiente con una jornada laboral completa, con la repercusión económica que ello supone; además, el cuidado de la persona dependiente suele suponer un coste económico adicional (medicinas, adaptaciones del hogar, productos específicos…)
- En el tiempo libre: el cuidado de una persona dependiente exige mucho tiempo y dedicación; este tiempo se sacrifica fundamentalmente de las actividades de ocio o con amigos. Es muy frecuente que el cuidador perciba que no tiene tiempo para sí mismo, incluso pueden aparecer sentimientos de culpa cuando la persona cuidadora disfruta de su tiempo libre, pues piensa que está abandonando su responsabilidad. La reducción de actividades en general, y sobretodo de actividades sociales es muy frecuente y está muy relacionada con sentimientos de tristeza y aislamiento.
- En la salud: Algo muy común en los cuidadores es el cansancio físico y la sensación de que su salud ha empeorado. En diversos estudios se ha comprobado que los cuidadores de personas dependientes tienen peor salud, acuden con más frecuencia al médico y tardan más en recuperarse de las enfermedades.
- En el estado de ánimo: la experiencia de cuidar a otra persona genera en muchos cuidadores sentimientos positivos. El simple hecho de que la persona a la que cuida y a la que quiere se encuentre bien puede conseguirlo. La persona a la que se cuida puede mostrarle su agradecimiento y eso le hace sentir bien. Hay quien cree que ofrecer estos cuidados es una obligación moral y cumplir con ello le hace sentirse satisfecho.
El carácter de estos cambios no tiene por qué ser necesariamente negativo, pues muchas personas cuidadoras de familiares dependientes explican que existen numerosos elementos positivos, satisfactorios: Puede estrechar la relación con la persona que cuidamos o con otros familiares y conseguir que descubramos en ellos y en nosotros mismos facetas interesantes que hasta entonces habían permanecido ocultas.
Sin embargo, debido a que las vidas de los cuidadores giran en torno a la satisfacción de las necesidades de su familiar dependiente, muchos suelen dejar sus propias vidas en un segundo plano. Esta situación, perfectamente comprensible, provoca que las tensiones y el malestar que experimentan muchos cuidadores provenga, pues, del hecho de que se olvidan de sus propias necesidades en beneficio de la de sus familiares. Esto puede traer a la persona cuidadora todas las consecuencias negativas expuestas en el punto anterior. Pero, ¿cómo puede saber una persona que el cuidado de su familiar le está originando una sobrecarga con condiciones negativas para su salud? El análisis de uno mismo y de las circunstancias vitales, junto a los cambios producidos en la vida, son elementos clave para saber si el cuidado de la persona dependiente está produciendo consecuencias negativas; existe una escala, la Escala de Carga de Zarit, que puede orientar la necesidad de una ayuda externa cuando existe una carga excesiva.
¿CÓMO PUEDE ESTAR AFECTÁNDOME EL CUIDADO DE UN FAMILIAR DEPENDIENTE?
En el siguiente listado se describen algunos de los síntomas que pueden aparecer en una situación de sobrecarga:
- Problemas de sueño (despertar de madrugada, dificultad para conciliar el sueño, demasiado sueño, etc.)
- Pérdida de energía, fatiga crónica, sensación de cansancio continuo, etc.
- Aislamiento.
- Consumo excesivo de bebidas con cafeína, alcohol o tabaco. Consumo excesivo de pastillas para dormir u otros medicamentos.
- Problemas físicos: palpitaciones, temblor de manos, molestias digestivas.
- Problemas de memoria y dificultad para concentrarse.
- Menor interés por actividades y personas que anteriormente eran objeto de interés.
- Aumento o disminución del apetito.
- Actos rutinarios repetitivos como, por ejemplo, limpiar de manera continua.
- Enfadarse fácilmente.
- Dar demasiada importancia a pequeños detalles.
- Cambios frecuentes de humor o de estado de ánimo.
- Propensión a sufrir accidentes.
- Dificultad para superar sentimientos de depresión o nerviosismo.
- No admitir la existencia de síntomas físicos o psicológicos que se justifican mediante otras causas ajenas al cuidado.
- Tratar a otras personas de la familia de forma menos considerada que habitualmente.
Si tienes a tu cargo el cuidado de una persona dependiente y crees que puedes estar sufriendo algunos de estos síntomas o el llamado síndrome del Cuidador, en Decide Psicología podemos ofrecerte asesoramiento y apoyo psicológico para afrontar esta situación y mejorar tu calidad de vida y el de la persona que cuidas. Llámanos y cuéntanos tu caso.
Lear More¿Cómo podemos ayudar en sucesos trágicos como el accidente de Santiago?
Cuando está a punto de cumplirse una semana del trágico accidente ferroviario cerca de Santiago de Compostela, desde esta página queremos compartir con todos vosotros nuestra experiencia en este campo y ayudaros a conocer algunas cosas importantes sobre el tema, quizá alguno pueda necesitar estos conocimientos en algún momento de su vida (aunque
esperamos de corazón que no sea así).
Lo primero que debemos saber es quiénes son las víctimas en una situación así, pues nos dará una idea de a quién debemos atender y dirigir nuestros recursos: hay que valorar y asistir a las víctimas primarias, que son los afectados directos por el suceso (heridos de menor o mayor gravedad, testigos directos del accidente; las víctimas secundarias, que son sus allegados
(familiares y amigos cercanos; las víctimas terciarias serían los que están implicados en el proceso de rescate y primera atención (policías, bomberos, enfermeros, médicos, etc… y en este caso concreto, también los vecinos que se acercaron a socorrer y ayudar a las víctimas); y por último, las víctimas cuaternarias, que somos todos nosotros, los testigos a través de las
redes sociales y los medios de comunicación (ya sea por la radio, la televisión u otros medios).
En segundo lugar, es importante saber qué le sucede, psicológicamente hablando, a las personas que sufren una catástrofe o trauma similar.
Durante los primeros días, es posible que la persona presente sintomatología diversa relacionada con la ansiedad (dificultades para dormir o para concentrarse, hipervigilancia, inquietud, sensación de intranquilidad…), así como sentimientos de irrealidad, de falta de apego hacia las personas de su entorno, cambios de humor, recuerdos o pensamientos sobre
el suceso que no puede controlar… Estos síntomas suelen aparecer inmediatamente tras el hecho traumático (o hasta dos días después) y pueden durar hasta un mes. Es lo que llamamos estrés agudo.
En ocasiones estos síntomas no aparecen inmediatamente después, sino varias semanas, meses o incluso años después. También puede suceder que los síntomas no disminuyan con el paso del tiempo, sino que se agraven o se “enquisten”, si no se tratan de forma adecuada. Aparecería entonces lo que llamamos estrés postraumático: malestar intenso (horror, desesperanza), cambios de humor, sensación de que lo que pasó no se ha acabado, ansiedad, llanto fácil, trastornos del sueño, trastornos alimentarios, irritabilidad, sensación de desapego o restricción de los afectos y emociones, falta de concentración, sueños con pesadillas repetitivas, recuerdos repetitivos que no se pueden controlar, evitación patológica de todo
aquello que recuerde el trauma, etc.
Además, la pérdida brusca y traumática de un familiar (como puede ser el caso de las víctimas secundarias) puede generar sintomatología de tipo depresivo (falta de interés por el entorno y de “ganas” de hacer cosas, tristeza, irritabilidad…) y tiene más probabilidades de generar un duelo patológico, que puede precisar intervención especializada.
Desde la psicología clínica existen distintas terapias de intervención específicas, como por ejemplo, la terapia de EMDR, que ha recogido resultados muy positivos en este tipo de problemáticas.
También desde la psicología de emergencias existe una importante labor asistencial, tanto en esa primera intervención directa (en las víctimas primarias, secundarias y terciarias) como indirecta (de divulgación e información, fundamentalmente en las víctimas cuaternarias).
¿CÓMO PUEDEN AYUDAR LAS PERSONAS QUE INTERVIENEN TRAS UNA CATÁSTROFE?
En los medios de comunicación se ha hablado estos días sobre esta primera intervención en crisis y el papel de los psicólogos, voluntarios y no voluntarios, los trabajadores sociales y los miembros de los distintos equipos de emergencias. Existe, aún hoy, cierto desconocimiento sobre su labor y la utilidad de estas intervenciones, por eso a continuación os explicamos algunas de las actuaciones que se pueden llevar a cabo en los primeros momentos tras la situación traumática y que pueden ayudar a minimizar la sintomatología posterior:
CONECTAR: en caso de emergencias, la comunicación con los seres queridos es vital. Llama por él/ella a su familia. Antes de llamar averigua bien el lugar donde está (calle, número; planta; habitación), para aportar una información lo más exacta posible. Averigua bien el número al que vas a llamar para evitar dar malas noticias a gente equivocada (las prisas generan errores)
ESCUCHAR: Permitir expresar el dolor, el llanto, a veces incluso la rabia. No pretender que “No llores, sé fuerte. No te quejes, podría haber sido peor”. Es muy dañino. Por lo menos los primeros días prestar el hombro y el oído al dolor, la ansiedad, la angustia, que son como el pus que tiene que salir.
CONTENER: estar disponible un tiempo razonable, para mirar a los ojos, escuchar, preguntar cosas que muestren nuestro interés, dando un “espacio emocional” donde dejarle expresarse y construir un relato de lo ocurrido. Y si el otro no quiere hablar, respeta su silencio, simplemente estando a su lado, sonriendo con amabilidad, compartiendo una bebida, tomándole de la mano, prestándole el teléfono si es necesario…
TOCAR, ABRIGAR: el contacto físico es muy saludable; un buen abrazo da muchísimo consuelo. A veces puede resultarnos incómodo este contacto físico hacia un desconocido y creer que para ese desconocido también será incómodo, pero no debemos olvidar que ese abrazo o esa en el hombro genera gran seguridad. Y en último término, una buena manta también puede
dar una sensación muy protectora.
EXPLICAR: en situaciones como éstas, muchas preguntas pasan por la mente de las víctimas (tanto primarias como secundarias), existe mucho miedo (a las sensaciones que están viviendo, al caos a su alrededor, a la incertidumbre que se crea) y confusión (la persona puede no saber qué ha ocurrido o cómo ha llegado hasta allí). Podemos, poco a poco, ir respondiendo
a aquello que verbaliza o a lo que intuimos que está pensando (por ejemplo, explicando esas sensaciones físicas de las que hablábamos antes y porqué se producen), transmitiendo cierta sensación de seguridad con la información que podamos aportar.
Todo esto podría resumirse en una palabra: ACOMPAÑAR. Este tipo de situaciones traumáticas suelen crear, en muchas ocasiones, una gran sensación de soledad y de alejamiento del resto del mundo. Nuestra labor en estos primeros momentos es estar junto a las víctimas.
Esperamos que os haya servido de alguna manera este artículo. Desde el equipo de Decide Psicología, todo nuestro apoyo a las víctimas y sus familias, a los equipos de emergencias y vecinos de Angrois que acudieron al lugar del suceso y a todos aquellos que, de alguna manera, hayan sufrido con este terrible accidente.
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