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Las 9 claves para «salvar» una discusión.
En los entornos sociales, lidiamos con multitud de situaciones, que si no son bien gestionadas, pueden derivar en un conflicto con sus posibles consecuencias: malestar emocional, deterioro del entorno social, problemas de pareja, etc.
Las claves que exponemos aquí nos pueden servir cuando nos hemos enfadado con nuestra pareja y vamos a hablar sobre ello, cuando queremos tocar un tema delicado o exponer una crítica personal, ya sea a un familiar, a un compañero de trabajo o a un amigo.
La idea es poder afrontar una situación potencialmente conflictiva sin que de ello se derive un problema mayor o una discusión, y poder llegar a un entendimiento. Para ello, debemos tener en cuenta las siguientes circunstancias para asegurarnos tener éxito en nuestro propósito:
- Buscar el lugar adecuado; mejor si disfrutamos de cierta intimidad, sin miedo a que alguien ajeno al conflicto pueda estar escuchando y nos cohíba o nos interrumpa (por ejemplo: nuestros hijos si estamos en casa, otros amigos si estamos en un evento, otros desconocidos si estamos en un lugar público, etc.).
- Buscar el momento adecuado. Fácilmente estas conversaciones llevan su tiempo, por lo que lo ideal sería encontrar un momento donde las personas implicadas no tengan prisa, o estén demasiado cansadas para tratar un tema delicado.
- Utilizar el medio adecuado. El lenguaje no verbal aporta gran cantidad de información en la comunicación (el tono utilizado, los gestos, la expresión facial, etc.), por lo que dialogar cara a cara va a ser la mejor elección siempre que sea posible. Con frecuencia utilizamos medios como el Whatsapp para tocar temas delicados, sin embargo al no existir un lenguaje no verbal (los emoticonos no lo sustituyen ni de lejos), genera inevitablemente fallos en la comunicación. (Consulta aquí los motivos por los que desaconsejamos el uso de los chats para la gestión de conflictos interpersonales.)
- Ambas partes tienen que estar en la disposición adecuada para dialogar. A veces nos encontramos que uno tiene la necesidad de hablar, pero el otro está demasiado afectado, enfadado, nervioso, etc. Es importante respetar también las circunstancias del otro para que la comunicación sea efectiva. Si obligamos a alguien a tratar un tema cuando para él no es el momento adecuado, nos podemos encontrar con respuestas que no favorecen el entendimiento.
- Reflexionar sobre lo que uno tiene que decir y cómo lo va a expresar. La idea es asegurarnos que a la otra persona le llegue exactamente la información que le quiero transmitir y no perdernos en otros detalles menos importantes.
- En ocasiones sacamos conclusiones de las palabras del otro, es decir, trabajamos con interpretaciones subjetivas que pueden estar sesgadas y damos a esa inferencia la categoría de “hecho real”. ¿y si hemos sacado una conclusión errónea? Es mejor pedir una aclaración de manera respetuosa antes de sacar una conclusión precipitada. Por ejemplo: “¿Cuándo me has dicho “esto”, qué es lo que me querías transmitir?”.
- El fin de iniciar una conversación potencialmente conflictiva va a ser acercarse a una solución. En ocasiones aprovechamos cuando salen temas delicados para “vomitar” sobre el otro nuestro enfado y entonces caeremos fácilmente en el uso de un lenguaje agresivo. Si el objetivo es solucionar el conflicto, debemos tratar de mantener una actitud diplomática que favorezca la comunicación. Para ello, además de dialogar sobre el problema en cuestión hay que dedicar un tiempo a buscar propuestas de solución, mejor cuanto más concretas sean. En caso de no existir una solución fácil, podemos, por lo menos, plantear ciertos acercamientos sobre los que ir trabajando poco a poco.
- Si alguna de las partes se altera durante la conversación, es mejor posponerla para otro momento. No se trata de no tener esa conversación, si no de retrasarla. Mientras tanto, ambas partes pueden reflexionar sobre lo que uno ha dicho, sobre lo que quería llegar a decir, sobre lo que el otro ha podido entender y viceversa (tratar de entender lo que el otro realmente querría haber dicho). La idea no es “envenenarse” más con lo ocurrido, si no de relajarse y tratar de acercarse a esa actitud conciliadora.
- Durante la conversación, es necesario tener en cuenta determinadas condiciones: escuchar al otro para entender y no solo para contestar (defenderse); respetar los turnos de palabra; evitar dramatizaciones, exageraciones y victimismos; no amenazar y no caer en un lenguaje inapropiado con insultos o descalificaciones. Es posible que tengamos normalizados algunos de estos elementos a evitar cuando surge un conflicto, pero también sabemos que no favorecen para nada la comunicación. Suelen obstaculizar el llegar a un entendimiento porque la conversación acaba convirtiéndose en un cruce de acusaciones donde cada vez la situación se pone más tensa y se hace inviable el acercarse a una solución.
Aprender a gestionar los conflictos y mantener una actitud asertiva durante los mismos es una habilidad que puede entrenarse y se aprende poco a poco.
No perdáis estos puntos de vista, y después de cada “discusión”, reflexionar sobre lo que uno ha hecho y si habría algo en mi actuación que se podría mejorar. Si detectamos algún fallo importante o consideramos que hemos podido “hacer daño” a la otra persona, siempre podemos ser responsables y pedir perdón por nuestros errores.
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Convivir con la depresión
La depresión se está configurando como una de las enfermedades más frecuentes en nuestra sociedad actual. Esto significa que muchas personas sufrirán depresión en algún momento de su vida y que los allegados a estas personas, también se verán en la situación de convivir con una enfermedad, en ocasiones, difícil de entender.
En consulta, es frecuente, que la persona que está sufriendo depresión, explique las dificultades que está teniendo en relación con su familia y amigos. A veces porque se sienten incomprendidos, porque les dan consejos que no les están ayudando, otras porque se sienten abandonados. En alguna ocasión, son los propios familiares de la persona que está experimentando depresión, los que solicitan ayuda para saber qué pueden hacer para ayudar al familiar que está sufriendo, y cómo sobrellevar ellos también la enfermedad.
Mi intención con este artículo es dar una orientación a esos acompañantes para ayudarles a “convivir con la depresión” y para ello os invito a reflexionar sobre las siguientes ideas:
- Algunas frases, que seguramente se digan con una buena intención, no siempre tienen ese efecto deseado. Son frases que de alguna manera juzgan el estado emocional de la persona que sufre depresión, o minimizan la importancia de su malestar, o los responsabiliza de su estado, o incluso les hablan de soluciones “fáciles” a su situación. Es importante aprender a detectar este tipo de frases que no ayudan y evitarlas en la medida de lo posible. Algunos ejemplos podrían ser: “venga, anímate un poco y se te pasa”, “lo que tienes que hacer es salir un poco más y no ponerte tan dramático”, etc.
- Uno de los síntomas que con frecuencia aparece en la depresión es el sentimiento de soledad. En ocasiones no hace falta decir nada con la intención de ayudar, solo estar ahí, acompañando.
- A este acompañamiento se le podría añadir el contacto físico. Una palmada en el hombro, un abrazo silencioso, puede ayudar a la persona con depresión a sentir cerca a su gente.
- Para no añadir mayor malestar a la persona deprimida, es importante mostrarse comprensivo ante sus emociones, escuchar sin juzgar, y así favorecer su desahogo.
- Como puedes leer en este enlace sobre la depresión, otro de los síntomas que aparece en este tipo de cuadros es la anhedonía. Consiste en la incapacidad para experimentar placer por actividades donde antes uno sí disfrutaba. Así, una opción de los allegados o familiares, podría ser la de facilitar actividades placenteras y de ocio. No se trata de obligarles, si no de proponer o ayudar a llevarlo a cabo. Por ejemplo: ayudar a planificar una quedada con amigos íntimos, comer su plato favorito, salir a la calle, hacer ejercicio físico, recibir un masaje, etc.
- Otro de los síntomas que puede aparecer en la depresión son pensamientos sobre la muerte e ideas de suicidio. Los familiares y personas cercanas al paciente tienen un papel importantísimo en la prevención del suicidio puesto que son las personas que más le conocen y a las que seguramente acuda si “llega a su límite”. Según los datos, en la mayoría de los casos, antes de intentar llevar a cabo el suicidio, el afectado ha solicitado algún tipo de ayuda en su entorno. Hablar de ello, desahogarse o ayudar a tomar decisiones (como solicitar ayuda profesional) puede ser de gran ayuda para la persona enferma.
- Otro aspecto importante a tener en cuenta como familiar o allegado de una persona que sufre depresión, es la necesidad de autocuidado, de seguir teniendo una vida y de no verse arrastrado por la depresión de la persona con la que convive. El acompañante no puede comportarse como una persona enferma (por ejemplo sin salir de casa, abandonando las relaciones sociales o las actividades de ocio). Para poder apoyar al otro debe cuidarse como cuidador.
- Por último, quería comentar, que en ocasiones, con el afán de ayudar a una persona que vemos abatida, podemos caer en el error de facilitarles en exceso la vida ocupándonos de muchas sus responsabilidades, solucionando sus problemas o eximiéndoles de sus tareas. Como explicamos en este enlace «El pozo de la depresión«, parte del proceso de cura pasa por ir enfrentándose a ciertos esfuerzos controlados (mejor si están supervisados por un profesional), y el hecho de que de manera indirecta pueden obtener algún tipo de beneficio secundario al hecho de padecer depresión, podría dilatar involuntariamente el problema en el tiempo.
Si estás en la situación de tener que convivir con una persona con depresión, o eres tú mismo quien la sufre, no dudes en ponerte en contacto con nosotros. En Decide Psicología podemos ayudarte, sabemos ayudarte.
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El avance psicológico en Psicoterapia.
Para ayudar a mis pacientes a entender la evolución que siguen a lo largo de la psicoterapia, suelo hablarles de las claves en las que me fijo, que no son otras que los parámetros que utilizamos los profesionales para valorar los síntomas.
Estos parámetros son los siguientes:
- INTENSIDAD
- FRECUENCIA
- DURACIÓN.
La Intensidad se refiere al nivel de malestar que nos genera un síntoma. Para evaluarlo podemos crear una escala subjetiva de 0 – 10. Donde el 0 equivale a ausencia del malestar, y el 10 al nivel de perturbación más alto que pueda experimentar respecto a ese síntoma. Por poner un ejemplo, un paciente puede informar tras varias sesiones de intervención, que sigue experimentando síntomas fisiológicos de ansiedad, pero con un nivel 4 de intensidad, cuando al inicio de la psicoterapia informaba de un nivel 8 ó 9.
La Frecuencia nos indica el número de veces que aparecen los síntomas que me perturban. Por ejemplo, un paciente puede observar que un determinado síntoma, como por ejemplo ideas obsesivas de contaminación, tras haberlo trabajado en psicoterapia, lo experimenta 5-6 veces a la semana, mientras que al principio, aparecía 3-4 veces al día.
La duración hace referencia a la cantidad de tiempo que está presente un síntoma una vez que aparece. Es decir, tras avanzar en la psicoterapia, un paciente puede seguir informando de apatía a primera hora de la mañana todos los días, pero que es capaz de retornar a la normalidad pasados unos 20 minutos, mientras que al principio, ese estado, le podía durar hasta varias horas.
Conocer y tener en cuenta estos parámetros puede ayudar al paciente a comprender la evolución que está siguiendo. Y entender que aunque siga experimentado un determinado síntoma a diario (como por ejemplo, ansiedad), si la intensidad con la que aparece es menor, ya está consiguiendo avances.
Además de saber que existen estas claves para entender la propia evolución de cada uno, es importantísimo conocer que el proceso de recuperación pasa por fluctuaciones, donde uno puede experimentar importantes avances, y a la semana siguiente volver a sentir síntomas que creía tener superados. Estos aparentes retrocesos pueden hacer sentir frustración al paciente y generar pensamientos del tipo: “no estoy avanzando”, “no voy a ser capaz de superar mi problema”, “siempre vuelvo a lo mismo”. Pues bien, estas fluctuaciones son perfectamente normales, y en muchas ocasiones, analizando lo que ha ocurrido podemos hacer ver al paciente, que ha podido volver un determinado síntoma, pero que no lo está experimentando con tanta frecuencia como antes, y que por lo tanto no está igual que al principio, ni mucho menos. De hecho, estos altibajos, suelen tratarse de pequeños períodos y puede alcanzarse el nivel de funcionamiento previo con cierta facilidad y poder seguir así avanzando en su proceso.
Mantener una actitud positiva y confiar en el proceso de desarrollo personal, va a ser una clave importante a la hora de hacer frente a estas fluctuaciones. Si alimentamos con pensamientos de tipo negativo y rumiaciones el bache por el que estamos pasando, estaremos haciendo que el malestar crezca y sea más fuerte. Es más adaptativo pensar que es perfectamente normal tener momentos malos, relativizar la importancia de ese malestar, y pensar que mañana puede ser perfectamente un día mejor. No hay que olvidar, que en el individuo “sano” también aparecen fluctuaciones en su estado de ánimo. Todos sabemos lo que es tener un mal día, pero también sabemos que ese “mal día” no es mi normalidad sino algo pasajero.
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Amor incondicional para sanar la autoestima
Como queda explicado en este enlace «autoestima y asertividad«, la autoestima es la valoración que hacemos sobre nosotros mismos, está relacionada con el autoconcepto e influye enormemente en nuestra manera de sentir y de funcionar en las relaciones con otras personas.
Muchos pacientes se quejan de tener una “autoestima baja” y desean trabajar sobre ello para poder sentirse bien y adaptarse mejor a su entorno. El trabajo hacia una autoestima sana suele abarcar distintas vías de acción terapéutica, y siempre hay que tener en cuenta las circunstancias personales que puedan estar influyendo para poder así planificar una intervención personalizada.
En ocasiones invito al paciente a reflexionar sobre lo que piensa de sí mismo. Y con frecuencia nos encontramos que la comprensión y flexibilidad que uno pone en marcha para valorar a otros, no se lo aplica a sí mismo. Por ejemplo, uno puede entender y perdonar a un amigo ante un error, pero si es uno mismo el que ha cometido la falta, le sobrevienen sentimientos de culpa, rabia o fracaso tales que no le permiten avanzar. O, puede no dar ninguna importancia a una determinada característica física del otro, pero si uno considera que tiene “un defecto físico”, le afecta considerablemente a su autoestima.
Una propuesta para trabajar sobre la autoestima es reflexionar sobre el “amor incondicional” que sentimos hacia determinadas personas importantes en nuestras vidas con las que mantenemos relaciones sanas, como por podría ser: mi padre, mi madre, mi hijo/a, mi hermano/a, un amigo/a, mi pareja, etc. El amor incondicional hacia estas personas hace que seamos capaces de ser comprensivos si hay algún problema, de empatizar con sus circunstancias, y de amarlos a pesar de conocer sus puntos débiles y sus errores del pasado. Podemos reconocer actitudes o formas de ser en el otro que no nos gustan del todo, pero entendemos que también forman parte de esa persona importante en nuestra vida, y lo aceptamos así.
Pues bien, algo así es lo que deberíamos sentir; amor incondicional hacia nosotros mismos. Esto implicaría varias claves importantes a la hora de trabajar sobre la autoestima:
- La aceptación de uno mismo; con nuestro pasado, con nuestras circunstancias actuales, con nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles, con nuestros éxitos y con nuestros fracasos. Nos valoramos por ser quienes somos. Y para conseguir esta valoración podemos empezar por apoyarnos en nuestros logros, en aquello que sí se nos da bien.
- Aceptar los errores del pasado. La culpa o el sentimiento de fracaso no nos aportan nada nuevo, nada que nos permitan mejorar o avanzar. Es importante no anclarse en estos sentimientos y pensar en el pasado solo para tratar de aprender de él. Trabajar sobre la resiliencia, nos puede ayudar a mejorar nuestra autoestima.
- El autocuidado como signo de valoración: “cuando tenemos algo valioso lo tratamos con cuidado”. Por lo tanto es importante cuidar nuestra imagen, nuestros hábitos, nuestras rutinas y atender también a nuestras necesidades.
- Evitar las comparaciones con los demás. En cualquier ámbito de la vida, siempre vamos a encontrar a alguien que le «va mejor» o que «es más bueno que yo en…», pero la realidad es que también va a haber personas que estén en una situación peor que la mía. Por lo tanto, el hecho de compararse con otros, en la mayoría de las ocasiones no nos aporta una información relevante, y en cambio, sí puede llegar tener consecuencias negativas para mí si me fijo solo en las comparaciones donde yo salgo desfavorecido.
Si nos fijamos, las claves que he expuesto para mejorar la autoestima, conllevan un proceso en continuo movimiento, no es algo estático. Es decir, la aceptación de mis propios errores o de cómo soy, no implica conformarse y ya está. La aceptación y el autocuidado no está reñido con proponerse avanzar, mejorar, aprender, desarrollarse en lo que cada uno crea conveniente, y sentirse así mejor consigo mismo.
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Las capacidades del recién nacido
Cuando esperamos la llegada de un bebé a nuestras vidas, a los padres nos gusta recibir toda la información posible sobre los recién nacidos, sus cuidados, necesidades, alimentación, etc. En este artículo vamos a centrarnos en lo que en Psicología evolutiva llamamos el desarrollo cognitivo del recién nacido.
En ocasiones se dice que los bebés apenas hacen nada, sin embargo podemos observar numerosas capacidades, conductas y circunstancias que aparecen ya en el recién nacido y que serán la base de su desarrollo posterior.
El bebé pasará la mayor parte del día dormido, y se pueden distinguir distintos niveles de profundidad en su sueño. La somnolencia es ese estado de transición entre el sueño y la vigilia que podemos apreciar claramente en el bebé por cómo se comporta. Cuando el bebé está despierto también podemos diferenciar tres estados; inactividad alerta o alerta tranquila, actividad alerta y llanto.
¿Qué hace el bebé cuando está despierto?
El bebé nace preparado para succionar y tragar alimento, eliminar residuos, e interaccionar con su medio llamando la atención de otros y reaccionando ante estímulos del entorno.
¿Cómo se relaciona mi bebé con el entorno?
Podemos distinguir tres tipos de sistemas que permiten al recién nacido interaccionar con su entorno:
- los sistemas que le permiten recibir información del entorno (los sentidos o percepciones),
- los sistemas que le permiten actuar sobre el entorno (los reflejos) y
- los sistemas que le permiten transmitir información al entorno (el llanto y las expresiones faciales).
¿Cómo se comunica mi recién nacido con los demás?
El llanto es el medio principal que tiene el bebé para transmitir información, como una respuesta refleja a una situación de malestar (necesidad de alimento, frío, calor, incomodidad…). Aunque el llanto no es intencional en los primeros momentos de vida, tiene la función evolutiva de atraer la atención del adulto.
Se han encontrado cuatro tipos de llanto: el básico (regular y rítmico, asociado generalmente con el hambre), el de cólera, el de dolor, y el de demanda de atención que aparece un a partir de la tercera semana. Ante el llano, los cuidadores experimentan una seria de reacciones que le empujan a atender las necesidades de su bebé, por ejemplo, se ha comprobado que el llanto del recién nacido provoca variaciones en el ritmo cardíaco y también alteraciones en la conductancia de la piel. También se ha encontrado que el llanto de dolor produce más respuestas en el adulto y más inmediatas que el del hambre.
Mediante las expresiones del rostro, desde el primer momento de la vida, se transmiten las emociones. Inicialmente la sonrisa es puramente fisiológica y refleja una situación de bienestar; a partir del segundo mes ya aparecerá la sonrisa social, que implica un cierto grado de reconocimiento de objetos, rostros o situaciones. Aunque muchas de las emociones básicas irán apareciendo más adelante en el desarrollo, desde el momento del nacimiento podemos observar en nuestro recién nacido la expresión de emociones de placer, desagrado, interés, disgusto, malestar e incluso ciertas expresiones que más adelante reflejarán la emoción de sorpresa.
Respecto a los sistemas para recibir información, no todos los sentidos están desarrollados en la misma medida en el momento del nacimiento.
- El tacto es el sentido más desarrollado en el momento del nacimiento y para el recién nacido es lo más parecido a un lenguaje; por eso el contacto piel con piel y las caricias son tan importantes en el desarrollo.
- Los sentidos del olfato y el gusto están muy desarrollados desde el momento del nacimiento. Se observan preferencias por los olores agradables y los sabores dulces. Ya desde recién nacidos pueden distinguir el olor del cuerpo de su madre del de otras mujeres.
- Respecto al oído, la sensibilidad del recién nacido es menor que la del adulto; los sonidos graves, rítmicos y de baja intensidad le calman mientras que los sonidos fuertes y agudos le producen excitación.
- La vista es el sentido menos desarrollado en el momento del nacimiento, con una agudeza y una capacidad de enfoque muy limitadas. La distancia a la que ven con mayor nitidez es de unos 20-30 centímetros, que es aproximadamente la distancia a la que quedará nuestro rostro del suyo en el momento de alimentarle, lo que le permitirá ir fijándose con más detalle en las características del rostro humano.
La capacidad de los bebés para ir aprendiendo y adquiriendo nuevas habilidades es inmensa, y en poco tiempo, se pueden observar importantes cambios en su evolución y desarrollo.
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La felicidad es suave y tranquila
En estas fechas pasadas, que nos hemos pasado el día deseando felicidad para nuestros seres queridos, me gustaría reflexionar sobre la Felicidad. Para ello os traigo un fragmento de una novela de Isabel Allende, ‘El amante japonés’.
Me encantó cuando lo leí y me apetecía compartirlo con vosotros, pues describe de una forma bella lo que entiendo por felicidad.
‘….
– Lo que intento decirte, Irina, es que no debes seguir anclada al pasado y asustada por el futuro. Tienes una sola vida, pero si la vives bien, es suficiente. Lo único real es ahora, este día. ¿Qué esperas para empezar a ser feliz? Cada día cuenta ...
– La felicidad no es para todo el mundo, Cathy.
– Claro que sí. Todos nacemos felices. Por el camino se nos ensucia la vida, pero podemos limpiarla. La felicidad no es exuberante ni bulliciosa, como el placer o la alegría. Es silenciosa, tranquila, suave, es un estado interno de satisfacción que empieza por amarse a sí mismo. …’
Me parecen muy interesantes dos apreciaciones que aparecen en el último párrafo:
- Diferenciar entre alegría y felicidad. Habla de la alegría como una emoción más intensa, y de la felicidad como algo más calmado y estable en el tiempo. En ocasiones podemos confundir ambas, considerando que si no me siento alegre todo el tiempo, no puedo sentirme feliz. Nada más lejos de la verdad; uno puede sentirse satisfecho con su vida, feliz, pero no estar dando saltos de alegría todo el tiempo. No es necesario que estemos viviendo continuamente experiencias extraordinarias para ser felices, la felicidad está en las pequeñas cosas, al alcance de nuestra mano.
- La felicidad empieza por amarse a sí mismo. Para ser felices necesitamos sentirnos satisfechos con nuestras circunstancias y con nosotros mismos. Amarse a uno mismo implica aceptarnos tal y como somos, aunque a la vez trabajemos para aprender y mejorar nuestras circunstancias.