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¡No quiero sentir malestar emocional!
Si estás pasando por una época de cierta inestabilidad emocional, si sufres algunas dificultades a nivel psicológico, estás sintiendo limitaciones en tu vida o si sientes que no puedes con todo, puede que además de todo lo anterior también estés experimentando otro tipo de malestar emocional adicional:
Culpabilidad por sentirte mal.
Culpabilidad por no ser capaz de mejorar.
Culpabilidad por “mostrarte débil”.
Vergüenza porque los demás sepan que no estás del todo bien.
Vergüenza porque piensen “que le estás echando morro”.
Vergüenza por reconocer que sufres una “enfermedad mental”.
Miedo a que no te crean.
Miedo a que parezca que estás fingiendo.
Miedo a que hablen mal de ti.
¿Crees que alguna de las frases anteriores define cómo te sientes? Si la respuesta es que sí, desde aquí tengo que decirte que te ocurre lo mismo que a otras muchas personas que están pasando un mal momento a nivel emocional
Parece que nuestra sociedad actual aún no está del todo preparada para aceptar las dificultades psicológicas como algo normal, sin estigmatizar la enfermedad mental y sin juzgar de alguna manera a la persona que sufre un trastorno de ansiedad, un cuadro depresivo, una adicción o un trastorno de alimentación, por poner algunos ejemplos.
Porque de alguna manera se asocia el malestar emocional con debilidad, con falta de fuerza de voluntad,
o con falta de capacidad para afrontar determinadas situaciones.
Existe otra dificultad para la normalización de las enfermedades mentales y los problemas psicológicos. Y es el no saber cómo tratar las dificultades psicológicas y a las personas que las sufren. A veces se tiende a minimizar el malestar de la persona, o se ofrecen consejos vagos y superficiales: “tienes que esforzarte por ponerte bien”, “anímate y sal a la calle para que te dé el aire”, “tienes que poner de tu parte”.
Seguramente, la mayor parte de estos consejos estén motivados por un interés genuino en ayudar. Pero la persona que está sufriendo puede sentirse poco comprendida: “¿crees que no he intentado de todo para no sentirme así?”, “si fuera tan fácil, ya lo habría hecho”, “parece que piensas que elijo estar así”.
Evidentemente la realidad de la enfermedad mental es infinitamente más compleja que una mera cuestión de esfuerzo para ponerse bien.
Cuando se trata de salud física, sí entendemos que la enfermedad es compleja y requiere de un tratamiento o cuidados para su curación. No es solo una cuestión de actitud.
No le decimos a una persona con gastroenteritis: “tienes que esforzarte más para no vomitar”.
No le decimos a una persona con una fractura en la tibia: “sal a la calle, intenta caminar, te sentirás mucho mejor”.
No le decimos a una persona con fiebre “si te lo propones, seguro que consigues bajar tu temperatura”.
Quizás tenemos que asumir que el avance que debe hacer la sociedad para comprender mejor las dificultades psicológicas lleva su tiempo y es algo que se escapa de nuestra zona de control.
Pero sí tenemos más capacidad de acción sobre lo que pensamos y sobre lo que nos decimos.
No podemos controlar la estigmatización social sobre la enfermedad mental.
Pero sí podemos trabajar sobre lo que pensamos acerca de las dificultades psicológicas que sufrimos.
Nadie cuenta con vergüenza que cuando era más joven le operaron de apendicitis, pero seguramente no hable abiertamente de haber tenido un trastorno por atracón.
Nadie se siente culpable por tener unos días de baja tras una operación quirúrgica, pero hay muchas personas que sí se sienten culpables de necesitar una baja por sufrir ansiedad.
Es importante tener en cuenta que la mente viene a ser un conjunto de estructuras cerebrales, con unas conexiones extremadamente complejas, que como cualquier otro órgano, también falla y enferma.
La salud mental es tan importante como la salud física.
La salud mental es tan digna como la salud física.
No eliges sufrir una enfermedad física, y tampoco eliges sentir tristeza o experimentar pánico.
No es tu culpa, no tienes de qué avergonzarte.
Sin salud emocional nada funciona.


GRACIAS
Ya tenemos encima la Navidad, y esta época se presta a acercarnos más a nuestra gente; más besos, más abrazos, más llamadas y más sonrisas.
Nos juntamos, nos ponemos guapos, hacemos y recibimos regalos, jugamos, cantamos, bailamos, hablamos y cómo no, las comilonas.
Pero no todo es alegría y felicidad en esta época. Hay personas que lidian con el dolor por una pérdida importante (y en estas fechas el dolor se agudiza), hay personas que no tienen cerca a sus seres queridos, hay personas que no tienen seres queridos con quien celebrar, y hay personas, que simplemente no le ven el encanto a esta época del año.
Yo soy de las que sí disfruta de esta época. Me encanta compartir tiempos con mi gente y los disfruto muchísimo. Y claro, en Navidad, sí o sí, conseguimos reunirnos. Y cuando tienes peques, disfrutas viendo cómo alucinan con la magia de la Navidad. Le veo menos encanto a la parte tan comercial de estas fechas y que todo son aglomeraciones y atascos, pero puedo sobrellevarlo.
También es una época de reflexión, de propósitos y de agradecimientos.
Y yo tengo mucho por lo que sentirme agradecida.
Y en especial quiero dar las gracias a todos los que estáis ahí:
A mi compañera Lucía, porque siempre es un placer trabajar contigo.
A toda mi gente que me apoya en este proyecto.
A todos los que me vais siguiendo por las redes sociales.
A todos aquellos que dedicáis unos minutos a leer los contenidos que voy publicando y los compartís.
A todos los que os ponéis en contacto conmigo para contarme vuestro caso o vuestras dudas.
Y por supuesto a todos los valientes que se han atrevido a hacer frente a sus dificultades y han decidido que yo les acompañe en ese proceso.
GRACIAS POR CONFIAR EN MÍ. GRACIAS POR CONFIAR EN DECIDE PSICOLOGÍA.
Por último quiero mandar un fuerte abrazo y mucho ánimo a todas esas personas que sé que no estáis pasando un buen momento. También me acuerdo mucho de vosotros.
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WhatsApp vs Comunicación
¿Alguna vez has tenido algún problema con alguien por no haceros entender a través del WhatsApp?, ¿alguien se ha quejado porque «le has dejado en visto» y no le has respondido a un mensaje?, ¿has tratado de solucionar un conflicto a través de este medio y te has quedado con la sensación de que no está bien resuelto?.
Seguramente hayas respondido sí a alguna de estas preguntas, y si no lo has vivido tú en persona, lo habrás visto a tu alrededor.
Las nuevas tecnologías están cambiando nuestra manera de comunicarnos, pero… ¿realmente podemos confiar en que los chats nos facilitan la relación con otras personas?. Está claro que permiten mantener el contacto, pero cuando surge algún conflicto, debemos cuestionar su utilidad.
Las habilidades de comunicación conforman la herramienta más eficaz para garantizar un buen entendimiento entre personas. Dependiendo de cómo alguien se exprese, su lenguaje no verbal, las palabras elegidas, el momento y el medio adecuado… su mensaje llegará de manera efectiva al oyente, o podrán producirse malos entendidos.
Hace un tiempo escribí una entrada sobre algunas estrategias a tener en cuenta a la hora de afrontar conflictos interpersonales (“Las 9 claves para salvar una discusión”). Ahí planteaba que cuando necesitamos hablar sobre un tema importante o gestionar un conflicto con otra persona, el mejor medio para hacerlo es cara a cara y en la medida de lo posible evitar hacerlo por teléfono, por e-mail, y por supuesto por cualquier tipo de chat.
Pero la realidad es que ya son muchísimas las personas que están muy acostumbradas al uso de las nuevas tecnologías, y al final el WhatsApp y aplicaciones similares están siendo utilizados como uno de los medios de elección para comunicarse y gestionar situaciones tensas a nivel interpersonal.
Veamos los motivos por los que se extiende su uso:
LA INMEDIATEZ: a través de un chat se puede iniciar o contestar un hilo de conversación prácticamente en cualquier momento y lugar. Con esta inmediatez nos creemos que podemos aliviar la tensión interpersonal que se crea cuando surge algún conflicto. Ese momento en el que has detectado algo que no te gusta y tienes que soltarlo. Pero ya os adelanto que esto no siempre es así; ni se resuelve, ni es tan inmediato.
EL ESCUDO: cuántas veces nos vemos diciendo (escribiendo) cosas que no nos atreveríamos a decir cara a cara; porque son muy directas, atrevidas, agresivas o inapropiadas. Por WhatsApp nos “envalentonamos” porque no tenemos que enfrentarnos directamente a la reacción de la otra persona cuando suelto la bomba. El poder de provocar es una de las armas que nos ofrecen los chats a la hora de enfrentar los conflictos, pero realmente ¿ayuda a solventarlos?.
EL CONTROL: este tipo de chats nos permite conocer el momento en que la persona recibe un mensaje, cuándo lo lee, y cuánto tarda en contestarlo.
LA PERMANENCIA: todo lo escrito queda ahí, y podemos volver a ello siempre que queramos. Aquí, las palabras no se las lleva el viento. En cualquier momento pueden convertirse en la mejor defensa o en un letal ataque.
Que estos elementos contribuyan al creciente uso de los chats para afrontar temas importantes no significa que sean apropiados, o que lo que nos ofrecen realmente supongan ventajas a la hora de favorecer la comunicación.
Todos estos elementos tienen su parte claramente negativa:
- Tomarse un tiempo para la reflexión es una herramienta psicológica que nos va a permitir un mayor control emocional y una mejor gestión de los conflictos. La inmediatez que ofrecen los chats no siempre invita a ser reflexivo desde un primer momento, ni nos ayuda a controlar las conductas impulsivas.
- Nos vemos obligados a limitar nuestro lenguaje verbal. La cantidad de palabras utilizadas suele ser considerablemente menor cuando utilizamos los chats. Esto va a ir en contra de las posibilidades de expresarse y de hacerse entender.
- Perdemos también mucha información al no contar con un lenguaje no verbal. El lenguaje no verbal son todos aquellos elementos que acompañan a las palabras que utilizamos y que enriquecen su significado. El tono de voz, la postura corporal, los gestos, la mirada,…, aportan una valiosa información para entender el mensaje que nos llega. Los chats han incluido los emoticonos como herramientas para completar el tono de la conversación, pero, claro está, no es lo mismo, ni de lejos.
- El propio medio invita a desarrollar conductas obsesivas y de control. Releer hasta la agonía determinadas conversaciones, buscar y buscar el significado y los motivos de las palabras del otro, tratar de interpretar cualquier acción (“tarda mucho en responderme”, “lo ha leído pero no me contesta”, “está en línea pero a mí no me está escribiendo”, etc.). Todas estas acciones invitan a generar rumiaciones y otro tipo de pensamientos negativos que pueden avivar los conflictos en vez de ayudar a solventarlos.
- Paradójicamente, la inmediatez que proporciona el medio no está relacionado con el tiempo que se tarda en resolver un conflicto. De hecho, los tiempos se alargan. Entre que pienso lo que voy a decir, cómo lo escribo, lo tecleo, la otra persona lo recibe, lo lee, decide contestar, se piensa lo que va a decir y cómo, lo teclea y lo recibo yo de vuelta, pueden pasar desde unos pocos segundos hasta horas o ¡incluso días!. Yo siempre planteo a mis pacientes que varias horas de conversación a través de Whatsapp equivalen a unos minutos de conversación cara a cara.
- Otra particularidad es la subjetividad con la que interpretamos las palabras del otro. La entonación y el sentido que le damos a las palabras que recibimos los decidimos nosotros en función de factores que no siempre tienen mucho que ver con lo que la otra persona ha querido expresar. Pueden influir nuestro estado de ánimo, el tiempo que le podamos dedicar al mensaje, las expectativas que tenemos sobre lo que va a pasar, etc. Por poner un ejemplo, si yo le cuento a mi pareja por WhatsApp un posible plan y preveo que no le va a gustar, es fácil que, conteste lo que conteste, yo reaccione a la defensiva. Que me pone un “OK”, yo ya puedo pensar que es un mensaje muy escueto y que seguro que está molesto. Que me pregunta algún detalle sobre el plan, puedo pensar que ya va a empezar a ponerme pegas. Que tarda un rato en responderme, yo puedo ponerme impaciente y considerar que no le ha gustado. Y así sucesivamente.
Los fallos en la comunicación pueden generar muchos malos entendidos y el Whatsapp y otros tipos de chats ofrecen una comunicación llena de carencias.
Los chats pueden resultar útiles para contactar, transmitir una información neutral o como forma de esparcimiento. Pero no sustituye a las habilidades comunicativas de una persona.
Hagamos un uso práctico y responsable del Whatsapp.
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«Quiero ser menos perfeccionista»
Mucho se habla ya del perfeccionismo, esa cualidad que lleva a algunas personas a hacer las cosas de una única manera posible, ¡perfectas!.
¿Pero realmente sólo existe una única manera de hacer algo perfecto?
Seguramente, si ponemos juntas a dos personas altamente perfeccionistas a hacer la misma tarea, cada una desarrollará su propia manera de llevarla a cabo. Y por supuesto, va a encontrar fallos en la ejecución de la otra persona.
El perfeccionismo es de esas cualidades que pueden estar bien valoradas en determinados contextos, por ejemplo en entornos laborales, al menos en la teoría. Porque en la práctica, el perfeccionismo no resulta tan útil como aparenta. Y la persona que lo es, lo sabe y lo sufre.
Tarde o temprano la persona perfeccionista acaba sufriendo las consecuencias de serlo, y las personas de su alrededor también.
Es agotador.
Es estresante estar en continua búsqueda de unas circunstancias que nunca parecen lo suficientemente buenas.
Es frustrante el grandísimo esfuerzo que una persona tiene que hacer para intentar llegar a un objetivo de perfección, que nunca alcanza.
Y también es limitante, porque aunque al perfeccionista le cueste reconocerlo, la realidad es que en ocasiones decide no embarcarse en algunos proyectos o actividades solo por el hecho de saber que no va a ser perfecto en ellos.
El perfeccionismo suele llevar a un pensamiento dicotómico: “o se hace perfecto o no vale”.
El perfeccionismo no tolera el error.
El perfeccionismo no encuentra el fin.
Y la frustrante realidad con la que se topan los perfeccionistas es que LA PERFECCIÓN NO EXISTE. Siempre hay algo que se puede mejorar: menor tiempo, menor inversión, menor sacrificio, mejores resultados, mejor presencia, resultados más estables o duraderos, etc.
Entonces, ¿por qué exigirse un objetivo inalcanzable?
Algunas teorías sostienen que la persona perfeccionista tiene una motivación de logro excesiva y mal entendida. La motivación de logro es la que nos orienta hacia el éxito, hacia la consecución de objetivos y metas, hacia la superación y el desarrollo personal.
El problema radica cuando lo único que motiva a la persona es el querer mejorar, conseguir el éxito, orientarse únicamente hacia unos resultados óptimos, sin que aparentemente nada más le satisfaga.
Veamos ahora otras características que pueden tener las personas perfeccionistas:
Los perfeccionistas son personas inconformistas y meticulosas.
- Suelen tener muy desarrollado un radar hacia la imperfección, hacia los fallos.
- Tienen dificultades para coexistir con los errores. Para el perfeccionista todo lo que no es “perfecto” lo considera “malo” o un “error”.
- No están cómodos desarrollando trabajos en equipo. Son críticos y suelen quejarse de la manera de funcionar de los demás; así que no es raro que eviten este tipo de situaciones.
- Suelen querer tener todo controlado y saber qué es lo que va a suceder.
- Pueden tener dificultades para aceptar las críticas.
- En muchas ocasiones está asociado a un problema de inseguridad y de falta de confianza hacia los demás.
- Pueden mostrar dificultades para aceptar la diversidad.
- Con frecuencia, las personas perfeccionistas han tenido padres rígidos y exigentes.
- Pueden responder con ansiedad, con enfado o a la defensiva en entornos donde se sienten evaluados, ante situaciones novedosas y ante los cambios.
- Cuando una situación no se revuelve del modo que considera “perfecto” pueden reaccionar con enfado.
- La persona perfeccionista tiende a evitar situaciones que no tiene controladas como actividades nuevas o determinados tipos de interacciones sociales, por miedo a no encontrar esa solución perfecta, al fin y al cabo, por miedo al fracaso.
- Con frecuencia tienen conflictos interpersonales. Pueden generar un ambiente competitivo; el ambicionar su propio éxito a veces les lleva a querer estar por encima del otro.
- El sobresfuerzo continuado le puede conllevar estrés y enfermedades psicosomáticas.
Sin embargo, no todas las personas perfeccionistas lo son en todas las áreas de su vida, sino que pueden serlo sólo en algunas parcelas.
Y ¿cómo confrontar el perfeccionismo?
Cuando en terapia trabajo con una persona altamente perfeccionista solemos debatir sobre la existencia o no de la perfección.
Le propongo que reflexione sobre algo que haya hecho en su vida que sea objetivamente perfecto, y claro, no lo encuentra, siempre se puede encontrar algún pero o algún área de mejora.
Otra de las realidades con las que le confronto es que valore todo lo que se está perdiendo, todo lo que está sacrificando y todo lo que está invirtiendo para intentar alcanzar el perfeccionismo en alguna tarea o área de su vida.
Buscar la perfección distrae a la persona del auténtico objetivo de ser más feliz en la vida.
También resulta interesante el darse cuenta cómo el perfeccionismo de uno afecta a la gente que le rodea: los compañeros de trabajo, la pareja, los hijos, etc. El perfeccionista experimenta una sensación permanente de insatisfacción, y puede llegar a generar en las personas de su alrededor frustración, impotencia, o incluso una sensación de no valer, de no ser lo suficientemente bueno por no conseguir alcanzar el nivel de exigencia de la persona perfeccionista.
Una vez que has entendido lo poco útil que resulta el perfeccionismo, te interesará saber qué herramientas te pueden a ayudar a combatirlo, ¿verdad? Pues sigue leyendo:
Lo mejor es enemigo de lo bueno
- Desear ser perfecto es eso, un deseo, no es una necesidad fundamental. Si lo consideramos así, la frustración que percibiremos cuando no lo consigamos será aún mayor. Trabaja en esta consigna: “me gustaría ser perfecto para esta situación, pero no necesito serlo”.
- El empeño en alcanzar el perfeccionismo suele estar relacionado con la anticipación de consecuencias catastróficas si no se consigue una solución correcta al problema al que uno se enfrenta. Pero estos “desastres” que el perfeccionista se imagina no son reales, están en su cabeza. Y a pesar de esa subjetividad, la persona puede llegar a experimentar las emociones propias (miedo, desesperanza, impotencia, etc.) como si fueran reales. Para afrontarlo trata de llevar a tu mente al aquí y ahora, a tu realidad actual. También puedes utilizar este tipo de frase: “Esto no me ha salido bien, pero no es una catástrofe. Puedo sobrevivir a ello”.
- Cuando te enfrentes a un problema, piensa en varias soluciones posibles a elegir, y escoge la más factible y no la “perfecta“, sabiendo que todo tiene sus ventajas e inconvenientes.
- En esta misma línea, esfuérzate por buscar entre las opciones extremas (blanco o negro) los puntos intermedios y moderados (grises).
- Intenta ver las situaciones difíciles como un desafío del que hemos de aprender y acepta que para algunas tareas es necesario practicar y practicar antes de conseguir el éxito.
- Asume que ningún ser humano es perfecto y lánzate a hacer una actividad que no tengas controlada.
- Si asumimos que ningún ser humano es perfecto, también estaremos aceptando que errar es de humanos. Así, la valía de una persona como ser humano no se reduce a sus conductas y resultados. “No por hacer algo mejor o peor soy más o menos persona”.
- Cambia el perfeccionismo por exigencia y perseverancia. Se trata de saber definir unos objetivos que sí sean alcanzables y realistas, donde calibramos el esfuerzo que nos va a suponer alcanzarlos y el beneficio que obtendremos por ello; pero también se trata de saber parar cuando no es posible llegar a un determinado resultado y asumirlo, es decir, aceptar que las cosas son como son.
- Necesitas aprender a renunciar. Renunciar a esos detalles que supuestamente son imprescindibles para llegar a “la perfección”, pero que conllevan un coste elevado en tiempo, en sacrificio o que tensan tus relaciones interpersonales.
- En Psicología siempre que tratamos de instaurar una conducta nueva o modificaciones en nuestro modo de proceder, recomendamos empezar por tareas sencillas, fáciles y con menor implicación emocional. Así, te propongo que elijas una tarea que no te resulte especialmente importante y, a propósito, la realices menos bien de lo que podrías haberlo hecho. Inmediatamente cambia a otra actividad que sea especialmente gratificante para ti. Se trata de buscar otra motivación que te genere satisfacción (por ejemplo, deja sin terminar de clasificar tu correo y ponte a ver la serie que te guste, a jugar con tu hijo o mantén una conversación agradable con alguien significativo para ti).
- Para otro tipo de tareas, fija un resultado y un tiempo de ejecución que sean aceptables para ponerle un fin y trata de cumplirlo.
- Si tienes dificultades para dar por óptima y terminada una tarea, ten en cuenta esta máxima: “Es mejor terminar gran parte de lo que te has propuesto, que no terminar nunca nada”. Disfruta del proceso, y no te concentres tanto en el resultado.
- Por último y no menos importante, atiende a tu discurso interno. Seguramente esté cargado de autocrítica y reproches, porque te fijas más en los errores o en lo que no ha salido bien, que en lo que sí ha funcionado o llevas ya avanzado. Ve haciendo progresivamente una transformación hacia un lenguaje más positivo y amable (pincha aquí para saber más).
Recuerda que si sigues intentado hacer las cosas de una manera perfecta, sentirás continuamente presión, frustración e insatisfacción.
Intenta sustituir el hacer las cosas «perfectamente» por «adecuadamente»”.
Toma toda la información que te presento aquí, léela con frecuencia y trata de poner en práctica estas pautas. ¡Toma la decisión de cambiar!
Sé que no te va a salir “perfecto” desde el principio, je je, pero sé perseverante en tu objetivo de reducir el perfeccionismo.
Acepta el aprendizaje, con sus aciertos y errores como parte del proceso, y disfruta….
Disfruta… y lograrás una vida más satisfactoria y relajada.
Por supuesto, no dudes en contactar conmigo, en Decide Psicología, si tienes dificultades para lograrlo. No pasa nada por pedir ayuda, mucha gente lo hace y consigue alcanzar sus objetivos. ¡Tú puedes ser uno de ellos!
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La comunicación con un hijo adolescente
Dentro del marco de los problemas familiares, con frecuencia atiendo a padres y madres con hijos/as adolescentes o jóvenes, que reclaman ayuda para mejorar la relación y la convivencia.
Con frecuencia, los padres y las madres se quejan de que existe una brecha importante entre ellos y sus hijos/as, y los jóvenes se quejan de que sus padres no les entienden y no siempre los sienten como la persona de referencia a quien acudir en caso de necesitar un apoyo.
Este escenario suele ser complejo porque abarca multitud de factores que influyen en cómo está funcionando la dinámica familiar: estilos educativos de los padres, las circunstancias particulares de cada miembro de la familia, la trayectoria de la relación paterno-filial, acontecimientos vitales significativos en el entorno familiar, etc.
Así, es complicado exponer un modelo concreto de intervención en estos casos, porque cada familia tiene sus propias particularidades y la terapia debe adaptarse a cada grupo familiar.
Aun sabiendo que existen muchos aspectos de la dinámica familiar que es importante tratar cuando surgen problemas, y ya que no es posible tratar todos ellos en un mismo artículo, me gustaría abordar un aspecto particular en los estilos comunicativos dentro de una familia con hijos/as adolescentes:
Cuando tratamos con adolescentes, debemos tener en cuenta su propia manera de entender el mundo que, no en pocas ocasiones, dista mucho de la manera del adulto:
- Su vida social suele ser una de sus principales prioridades y, aparentemente, por delante incluso de la vida familiar. Digo «aparentemente» porque, aunque el adolescente no lo perciba como tal, el seno familiar es el que le proporciona estabilidad emocional e influye enormemente en su desarrollo personal.
- Tienden a tener una visión egocéntrica de la vida. Son muy sensibles a sus propias necesidades y deseos, pero no tanto a los de otras personas por las que no sienten especial interés.
- En la dinámica familiar, el adolescente suele luchar por su propia individualidad; busca la reafirmación de su “yo”. Quiere tomar las decisiones que afectan a su vida y se siente preparado para realizar actividades propias del adulto: manejar dinero, mantener relaciones sexuales, salir de noche, viajar con amigos, etc. Sin embargo, el adulto siente que todavía necesita cierta supervisión.
Para mejorar la comunicación entre el adulto y el joven es importante tener en cuenta la perspectiva del adolescente, ponernos en su lugar, comprender sus prioridades y su manera particular de entender el mundo. Para romper esa brecha es necesario hablar el mismo idioma:
- Aunque el adulto tenga necesidad de conocer cosas sobre la vida de su hijo/hija, debe tratar de conseguir que las conversaciones fluyan y no sean un interrogatorio (“¿dónde has estado?, ¿con quién has salido?, ¿qué hacéis tanto tiempo en la calle?”). Nos puede ayudar a entenderlo pensar en la situación de cuando un amigo nos cuenta algo que le ha ocurrido; en ese caso, no le reprochamos de primeras su actitud o sus decisiones, si no que tratamos de empatizar con él, entender sus motivos y apoyarle, además de ofrecerle después nuestra opinión o consejo. Un esquema parecido es el que podemos tratar de imitar con nuestros hijos adolescentes, necesitan sentirse comprendidos y escuchados.
- Con los jóvenes, es difícil imponer unas normas porque sí, es recomendable explicar los motivos sinceros por los que creemos que las cosas se deben hacer de una determinada manera, y estar abierto a escuchar sus argumentos y negociar. Los límites son necesarios, sí, pero también pueden ser flexibles en determinados momentos.
- Los adolescentes están pasando por una época de cambios importantes y nuevas vivencias. Mostrarse disponible (receptivo a escucharles), y atender a la parte emocional de sus experiencias, les puede ayudar a sentir que pueden contar con sus padres si lo necesitan. Si deciden contarnos alguna experiencia personal, no debemos quedarnos sólo en determinados detalles que no nos han gustado e interesarnos más por cómo se han sentido.
- Para que la relación sea cercana, es importante compartir tiempos agradables en familia, momentos de calidad. Compartir alguna actividad de ocio (deportes, juegos de mesa, eventos familiares, etc.) y reunirse en la mesa tanto como sea posible (desayunos, comidas, y cenas), a ser posible sin televisión ni móviles para que fluyan las conversaciones.
- Los jóvenes también necesitan sentir que no se les trata como a niños. Que el adulto comparta sus propias vivencias (pasadas o presentes) o les consulte sobre algún problema que han tenido, puede servir para acercarse a ellos, para que entiendan que su opinión también cuenta y vean al adulto como a una persona accesible.
- En las conversaciones es muy importante evitar las etiquetas. Existen numerosos estudios que explican que una persona tiende a comportarse según la etiqueta que se le ha puesto. Así, si yo reitero mucho la expresión “mi hija es una chica difícil de llevar”, en parte puedo estar condicionando su repertorio de comportamientos. Es mejor señalar los comportamientos o actitudes concretos de cada situación que no aprobamos, que hacer un reproche a la persona en general.
Introducir cambios en los hábitos comunicativos en el seno familiar, como todo, lleva tiempo y requiere constancia.
Necesitamos identificar dónde se pueden estar produciendo problemas y encontrar las soluciones más eficaces para cada caso. Es posible que no apreciemos resultados significativos nada más poner en marcha los cambios que nos proponemos, nos desanimemos en nuestro empeño y volvamos al estilo con el que solíamos funcionar antes.
Debemos darnos tiempo, para que nosotros nos sintamos más cómodos con los cambios, nuestros hijos/hijas empiecen también a aceptar esos nuevos estilos comunicativos y la dinámica familiar vaya mejorando poco a poco.
Siempre que veamos que la situación nos sobrepasa, o que no somos capaces de mejorar la situación, tenemos la opción de recurrir a la ayuda profesional de un psicólogo que nos sirva de guía para identificar los problemas y a implementar las soluciones apropiadas para cada caso.
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Decir no sin culpa, ejemplo de asertividad
Seguro que a ti también te ha pasado: ¿has sentido rabia al estar haciendo algo por alguien que no tenías pensado y ni te apetece?, ¿te has enfadado contigo mismo por verte envuelto otra vez en una situación que no deseabas?, ¿te has sentido incómodo cuando te han pedido un favor o te han insinuado que hagas algo que te parece injusto o cuanto menos desequilibrado?
Sí, ¿verdad?
Aprender a decir NO y resolver bien determinadas situaciones sociales es parte de eso que los psicólogos llamamos ASERTIVIDAD.
La asertividad engloba muchos más aspectos además del famoso “saber decir que no” a una petición que no nos conviene. Es el tipo de respuesta que damos para resolver bien determinadas situaciones sociales donde hay algo de tensión (malos entendidos, desacuerdos, diferencias de opinión, reclamaciones, cambios, ambientes competitivos, etc.).
Si nos situáramos en un continuo, la asertividad estaría colocada en el medio, entre el extremo de la sumisión y el extremo de otras formas de respuestas más agresivas en las que se pasa por encima del otro para conseguir los objetivos.
La buena noticia es que podemos aprender a manejar mejor esas situaciones interpersonales.
¡La asertividad puede entrenarse!
Con mucha frecuencia se trabaja en psicoterapia como parte de los objetivos del tratamiento psicológico. Y es que el mundo de las relaciones interpersonales da lugar a numerosos conflictos o situaciones de tensión que pueden influir en la respuesta emocional de la persona.
Muchos pacientes me preguntan por qué les pasa, por qué les cuesta tanto decir no cuando tienen bastante claro que lo que le piden va en contra de sus propios deseos u opiniones.
Las principales dificultades que se experimentan a la hora de denegar la petición de alguien son el sentimiento de culpabilidad y el miedo a defraudar, a decepcionar o a ser rechazado por la otra persona.
Evidentemente el origen por el que cada persona exhibe este tipo de respuestas menos asertivas depende de cada caso, y necesito conocer la historia personal de cada paciente para poder dar una respuesta aproximada a estas dudas.
En ocasiones, el origen, está relacionado con el estilo educativo que hemos recibido, donde predomina la sumisión, la obediencia o la complacencia, o donde se da excesiva importancia al qué dirán y se estila el quedar bien con todos. En otras ocasiones nos hemos desarrollado en un ambiente algo hostil, donde hemos presenciado muchos conflictos y discusiones; generamos una baja tolerancia a la tensión interpersonal y tratamos de evitar a toda costa cualquier tipo de conflicto.
En las personas que han vivido situaciones de maltrato, negligencias o algún otro tipo de experiencia traumática, suelen aparecer con frecuencia respuestas poco asertivas y dificultades en las relaciones interpersonales en general.
Y ahora vamos a centrarnos en el objetivo de este artículo, ¿qué necesito para aprender a decir no?
Lo primero es quererlo, es decir, necesitamos DETERMINACIÓN: estar convencido y decidir querer hacer prevalecer nuestros derechos asertivos.
Esta tarea no siempre resulta tan fácil como parece, y es donde en terapia podemos necesitar más ayuda: creernos válidos, dignos y seguros de nosotros mismos (en especial en situaciones de TRAUMA).
Aquí os dejo una consigna que tenemos que tener siempre presente:
“Mis deseos, mis necesidades y mis opiniones son tan importantes como las de los demás”
Esta determinación está relacionada con el RESPETO a nosotros mismos. No acceder a las peticiones del otro implica también atender a tus propias prioridades y circunstancias.
“Decir sí a la petición de otros puede ser decir no a nosotros mismos”
Una vez que nos sentimos empoderados, que sentimos que tenemos derecho a decir NO, ¿cómo lo hacemos?:
- Cuando vemos que alguien viene con la intención de pedirnos un favor podemos escuchar e interesarnos por sus circunstancias, incluso haciéndole preguntas. Con esto vamos a conseguir que la otra persona se sienta comprendida y escuchada. Le va a hacer sentirse bien y cómoda contigo.
- Cuando ya nos ha hecho esa petición, debemos reflexionar sobre la misma antes de dar una respuesta: calibrar lo que me está pidiendo, el tiempo y el esfuerzo que me puede llevar, si es una tarea que me apetece hacer o no, si me complica continuar con mis planes,…. Y en caso de necesitar más tiempo, simplemente se lo pedimos: “déjame que lo piense y te digo algo”.
- Cuando ya tenemos claro que no nos interesa acceder a la petición del otro, simplemente decimos NO. Podemos utilizar expresiones como: “no me viene bien”, “no me apetece”, “no va a ser posible”. Tienes derecho a decir no, simplemente no, sin perderte en excusas, excesivas justificaciones o “mentirijillas” para salir del paso.
- Es muy normal que cuando nos negamos, la otra persona trate de insistir. La respuesta puede seguir siendo un firme NO.
- Si lo consideramos oportuno podemos tratar de ofrecer otras alternativas a la petición.
- Pero a la hora de negociar hay que tener varios aspectos en cuenta:
-
- Ambas partes tienen que tener la posibilidad de expresar sus necesidades desde una posición equilibrada. Recuerda “tus necesidades, tus deseos y tus opiniones son tan importantes como las de los demás”.
- Buscamos relaciones “win-win”, ambas partes ganan. Al conocer lo que las dos partes quieren, se puede encontrar ese punto en común que satisfaga a ambos.
- Si no es posible encontrar otra alternativa, simplemente no hay trato.
- Si yo considero que con mi actuación o comportamiento no estoy faltando al respeto a la otra persona, aunque se enfade, no tengo por qué cambiar de decisión. Es la otra persona la que puede hacer por respetar mis motivos, gestionar su propia frustración y buscar otra alternativa de solución a su problema que no me implique a mí.

Ser asertivos nos convierte en personas interesantes, atractivas, coherentes y fieles a nosotras mismas.
Ser asertivos nos ayuda a generar y mantener unas relaciones sociales sanas.
Ser asertivos evita los miedos, las inseguridades y las limitaciones en los entornos sociales.
Ser asertivo se aprende, pero necesita práctica y constancia. Empieza por situaciones más o menos fáciles de resolver para ir entrenándote y poder dar también esas respuestas asertivas en ambientes más exigentes.
Si tienes dificultades para conseguirlo, ¿por qué no pedir ayuda profesional? Otras personas ya lo han hecho y han conseguido ciertos logros y mejoras en sus vidas: expresar abiertamente sus necesidades dentro de su relación de pareja, defender sus intereses en su entorno de trabajo que empezaba a ser abusivo, intercambiar abiertamente opiniones en su grupo de amigos, romper lo que se había convertido en un hábito por hacer tres veces seguidas el mismo favor, etc.
¿Quieres sentirte satisfecho con tu forma de responder en determinados entornos?, ¿te gustaría tener una guía que te acompañe en tu objetivo de ganar asertividad?, ¿consideras que tienes ciertas dificultades psicológicas que necesitas mejorar?
Entra en el apartado de CONTACTO y empieza a tomar las riendas de tu vida.
En Decide Psicología podemos ayudarte,
en Decide Psicología sabemos cómo ayudarte.
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Pequeños grandes placeres
Para sentir la felicidad no es necesario tener mucho dinero, no es necesario tener pareja, no es necesario estar de vacaciones en un lugar idílico, no es necesario poseer muchas cosas… Para sentir la felicidad es necesario saber apreciar las pequeñas cosas que la vida ofrece, saber reconocerlas y permitirte unos segundos para disfrutarlas.

He dedicado algo de mi tiempo a reflexionar sobre esas situaciones sencillas, positivas, que me hacen sentir bien, y he descubierto que muchas de ellas pueden darse en un día normal de mi vida:
- Descalzarse y caminar por la hierba fresca.
- Ponerte ropa cómoda al llegar a casa después de un día de trabajo.
- Comer fruta recién recogida del árbol.
- El olor a humedad en las tormentas de verano.
- Mirar al horizonte desde cierta altura.
- Meter los pies en agua fría después de hacer deporte.
- Disfrutar de una reunión de amigos sin ninguna prisa.
- Saber que has acertado con el regalo perfecto.
- La satisfacción de un trabajo bien hecho.
- Dormir en tu cama con sábanas recién lavadas.
- Las risas contagiosas.
- Un buen libro.
- Escuchar en la radio una de tus canciones favoritas.
- Un abrazo de los que te recargan las pilas.
- Cuando te duele la cara de tanto reírte.
- Observar tranquilamente un bonito atardecer.
- El olor de los bebés.
- Recibir una llamada de alguien a quien estimas mucho.
- El azul del mar.
- Encontrarte con animales en su entorno natural.
- Un día soleado en pleno invierno.
- Un masaje relajante.
- Besar con pasión.
- El verde de un paisaje frondoso.
- Una bebida muy refrescante en verano y un plato bien caliente en invierno.
- Llorar de alegría.
- Un bebé riendo a carcajadas.
- Tachar cosas ya hechas en tu lista de tareas.
- Contemplar el cielo en una noche estrellada.
Esta es mi lista. Y podría incluir más y más de esos momentos que la vida nos ofrece para disfrutar. ¿Has pensado cuáles son tus pequeños placeres?, ¿a que coincidimos en bastantes?
Lo cierto es que cuando estamos tristes, nerviosos, cuando no nos sentimos en equilibrio, cuando las dudas, los problemas o las preocupaciones lo invaden todo, estos pequeños placeres pasan desapercibidos.
Ser consciente de que este tipo de vivencias positivas están presentes también en tu vida, pueden ayudar a aliviar la tristeza en la depresión o la tensión en la ansiedad.
Frena,
pon tu cabeza allá donde tengas los pies,
mira a tu alrededor y disfruta

¡Quiero un cambio!
Estoy en un momento de mi vida en el que me estoy planteando algunos cambios. Y en este proceso de cambio me ha venido a la mente un modelo que siempre me llamó la atención y quiero compartir con vosotros, ¡seguro que os resulta útil!
Se trata del Modelo Transteórico de Cambio de Prochaska y Diclemente. Inicialmente, este modelo se planteó en el contexto del tabaquismo, pero en la actualidad se le han encontrado otras muchas aplicaciones.
El modelo describe la evolución de los procesos mentales implicados a la hora de llevar a cabo un cambio en nuestras vidas. Plantea que el proceso de cambio se realiza a través de 6 etapas casi “circulares”. Para apoyar la descripción teórica del modelo, vamos a poner el ejemplo de una persona, “María”, que está experimentando algunas dificultades psicológicas y el proceso mental que sigue para afrontar su cambio.
1. PRECONTEMPLACIÓN: es una fase en la que la persona todavía no está valorando la necesidad de un cambio, porque no existe la conciencia de estar teniendo un problema que deba resolver. Es decir, negamos que exista un conflicto o nos apoyamos en excusas para no enfrentar la realidad del problema.
En esta fase María ya da algunas muestras de desadaptación a su entorno, como problemas en el control de impulsos, en la comunicación con sus allegados, problemas de relación con sus compañeros, irascibilidad, etc. Pero ella no considera que tenga un problema. Lo achaca a las circunstancias que le rodean. Nunca se plantearía acudir a terapia, y si lo hace es porque se ha visto obligada por su familia o por alguna otra circunstancia. Al no existir conciencia del problema, el índice de abandono del tratamiento sería más elevado.
2. CONTEMPLACIÓN: en esta etapa ya se reconoce la existencia de un problema, pero existen muchas dudas sobre cómo actuar. Es una fase donde se hace un balance decisional valorando los pros y los contras de la situación.
María empieza a darse cuenta de la cantidad de problemas que está generando a su alrededor por su comportamiento, y aunque reconoce lo desproporcionado de su actitud, sigue valorando que las circunstancias la empujan a comportarse así, por lo que duda que un proceso terapéutico pueda serle de utilidad.
3. PREPARACIÓN: la persona vive con determinación la necesidad del cambio y el cómo proceder. Si no avanza a la fase siguiente, podría llegar a retroceder a la etapa de contemplación.
María ya siente la necesidad firme de cambiar su situación, de hacer algo para volver a sentirse bien y recuperar de nuevo el control sobre sí misma. Ha considerado que una terapia psicológica puede brindarle el apoyo que necesita para avanzar en su problema.
4. ACCIÓN: se dan los pasos necesarios para iniciar el cambio.
María ha iniciado un proceso terapéutico, convencida de su decisión y con la predisposición adecuada para reconocer, afrontar e iniciar los cambios que necesita con el apoyo y guía de su psicóloga.
5. MANTENIMIENTO: es la fase donde tratamos de mantener en el tiempo los cambios que se han puesto en marcha y de prevenir una posible recaída.
María ya ha experimentado cambios en su manera de reaccionar frente al entorno y está disfrutando de los mismos, a la vez que trata de interiorizarlos y mantenerlos en el tiempo.
6. RECAÍDA: ocurre con relativa frecuencia. Se vuelve a la situación que habíamos definido previamente como problemática. En cuanto al proceso de cambio, se retrocede a etapas anteriores, siendo mejor para el proceso cuanto más cerca de la fase de ACCIÓN.
María se encuentra en una situación en la que vuelve a exhibir algunos comportamientos desadaptativos. Al identificarlos vuelve, por ejemplo, a la fase de acción, recurriendo de nuevo al profesional que le ayudó en un momento anterior.
Este modelo plantea dos ideas muy interesantes. La primera es que hace especial hincapié en la MOTIVACIÓN como un factor muy importante para el cambio. Y la segunda es que considera que las RECAÍDAS son probables, por lo que normaliza el “fracaso” con la intención de motivar a seguir intentándolo. A través de las recaídas, como forma de aprendizaje, podemos ir incorporando nuevas estrategias y conocimientos que nos van acercando a nuestro objetivo.
La idea es que cada persona puede pasar varias veces por las distintas fases del proceso de cambio para conseguir RESULTADOS ESTABLES. Así, este proceso no sería lineal, sino que seguiría un patrón circular o en espiral.
Si estamos intentando conseguir un cambio determinado en nuestras vidas sin conseguir los resultados esperados, puede que necesitemos buscar otro tipo de soluciones.
“Si deseas un resultado diferente, necesitas implantar una solución distinta.”
Muchas personas intentan durante un tiempo hacer frente a sus problemas con sus propios medios, sin conseguir una mejoría estable y suficiente, y acaban recurriendo a la figura del profesional de la psicología para poder avanzar hasta donde no han sido capaces de llegar por sí mismas.
“Encuentra la solución adecuada a tu problema en Decide Psicología”
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Quiero romper con mi pareja, pero no puedo.
Todos conocemos o incluso hemos llegado a vivir la situación de permanecer en una relación de pareja aun sabiendo que está muerta y que nos sentimos insatisfechos. La decisión de romper la relación puede resultar muy dura, es probable que lo alarguemos en el tiempo y que no nos sintamos capaces de hacerlo.
Cuando estamos valorando si romper o no la relación de pareja nos encontramos con muchos pensamientos que entran en conflicto, por un lado están los sentimientos hacia la otra persona y un sinfín de miedos: el miedo a la reacción del otro, el miedo a los cambios que tendré que afrontar tras la ruptura, el miedo a equivocarnos, el miedo a sufrir, el miedo a la soledad, etc. Pero por otro lado pensamos en los aspectos de la relación que ya no nos satisfacen, los conflictos que han surgido durante la misma y esa intuición que nos lleva a pensar en que la decisión de romper podría ser la adecuada.
Los indicios que nos pueden llevar a pensar en la ruptura son múltiples, dependen de muchísimos factores, y como cada relación es un mundo, pueden variar considerablemente. Aún así, voy a enumerar muchas de las quejas que me plantean los pacientes que se encuentran en esta situación: sensación de insatisfacción general, distanciamiento de la pareja, menor contacto físico y afectivo, disminución de relaciones sexuales, problemas en la comunicación, poco entendimiento, dificultad para encontrar puntos en común, actitudes egoístas (centradas en uno mismo), infidelidades, no sentirse enamorado del otro, actitudes o emociones que no deben estar en una relación de pareja “sana” tales como celos, falta de confianza y querer controlar o cambiar al otro.
Pues bien, una vez que nos encontramos en esta situación tenemos que tener muy claro que una ruptura sin dolor es prácticamente imposible.
“No es realista pretender dejar una relación de pareja significativa sin que duela”
Una de las principales barreras a la hora de llevar a cabo la ruptura es no querer dañar al otro; “querer hacerlo bien”, y es comprensible que no queramos herir a la persona que todavía sigue siendo nuestra pareja. Pero este tipo de barreras nos pueden llevar a alargar indefinidamente una situación donde no nos sentimos bien. Y si nos mantenemos en una relación que no está funcionando, es muy posible que se produzca tal desgaste, que la convivencia llegue a ser muy desagradable o lleguen a darse conflictos importantes. Y en algún momento, tendremos que hacer frente a la ruptura igualmente, pero más débiles, por todo el desgaste sufrido.
Además, es más importante conseguir poner fin a una situación que no es positiva para ninguno de los miembros de la pareja, y que cada uno tenga la posibilidad de rehacer su vida, que el hecho de “romper bien”. Pasado un tiempo, no se recordará tanto el modo en que se produjo la ruptura, sino la oportunidad de construir una nueva vida.
“Cuánto menos dolorosa sea la ruptura para ambos, mejor. Pero si no es posible, mejor romper que quedarse atrapado en una relación insatisfactoria”
Otra de las barreras que aparece con frecuencia y que nos impiden tomar la decisión, es que consideramos que la otra persona es más vulnerable, la vemos más enamorada o ha generado mucha dependencia de nosotros y no consideramos que sea capaz de aceptar la decisión fácilmente, y al final nos mantenemos en la relación “por pena”.
Pues bien, lo mejor que puedes hacer por una persona a la que quieres, pero no como una pareja, es darle la libertad para poder rehacer su vida.
Tras una ruptura, tanto si eres el que ha tomado la decisión, como si eres el “dejado”, supone una pérdida y es necesario pasar por el duelo correspondiente. Quizás es importante «desdramatizar» este sufrimiento, una vez que uno ha conseguido romper definitivamente con el otro, sin contactos ni nuevas interacciones, es posible que en unas pocas semanas ya estemos lo suficientemente reestablecidos. Eso sí, es normal que los primeros días uno sufra episodios de llanto frecuentes, eche mucho de menos a la otra persona, tenga impulsos difíciles de controlar de contactar con su expareja y tenga dudas sobre si ha tomado la decisión adecuada.
El hecho de romper puede resultar doloroso, pero también, trae cosas buenas. Ganamos libertad, podemos tomar decisiones atendiendo sólo a nuestras necesidades y deseos, podemos crear un nuevo estilo de vida, conocer gente nueva e iniciarnos en actividades diferentes.
Tras la ruptura, tenemos la oportunidad de volver a conectar con uno mismo.
Los problemas de pareja, la toma de decisiones o el superar una ruptura, son consultas muy frecuentes en psicoterapia. Contacta con Decide Psicología si te encuentras “atascado” en una situación así.


Las 9 claves para «salvar» una discusión.
En los entornos sociales, lidiamos con multitud de situaciones, que si no son bien gestionadas, pueden derivar en un conflicto con sus posibles consecuencias: malestar emocional, deterioro del entorno social, problemas de pareja, etc.
Las claves que exponemos aquí nos pueden servir cuando nos hemos enfadado con nuestra pareja y vamos a hablar sobre ello, cuando queremos tocar un tema delicado o exponer una crítica personal, ya sea a un familiar, a un compañero de trabajo o a un amigo.
La idea es poder afrontar una situación potencialmente conflictiva sin que de ello se derive un problema mayor o una discusión, y poder llegar a un entendimiento. Para ello, debemos tener en cuenta las siguientes circunstancias para asegurarnos tener éxito en nuestro propósito:
- Buscar el lugar adecuado; mejor si disfrutamos de cierta intimidad, sin miedo a que alguien ajeno al conflicto pueda estar escuchando y nos cohíba o nos interrumpa (por ejemplo: nuestros hijos si estamos en casa, otros amigos si estamos en un evento, otros desconocidos si estamos en un lugar público, etc.).
- Buscar el momento adecuado. Fácilmente estas conversaciones llevan su tiempo, por lo que lo ideal sería encontrar un momento donde las personas implicadas no tengan prisa, o estén demasiado cansadas para tratar un tema delicado.
- Utilizar el medio adecuado. El lenguaje no verbal aporta gran cantidad de información en la comunicación (el tono utilizado, los gestos, la expresión facial, etc.), por lo que dialogar cara a cara va a ser la mejor elección siempre que sea posible. Con frecuencia utilizamos medios como el Whatsapp para tocar temas delicados, sin embargo al no existir un lenguaje no verbal (los emoticonos no lo sustituyen ni de lejos), genera inevitablemente fallos en la comunicación. (Consulta aquí los motivos por los que desaconsejamos el uso de los chats para la gestión de conflictos interpersonales.)
- Ambas partes tienen que estar en la disposición adecuada para dialogar. A veces nos encontramos que uno tiene la necesidad de hablar, pero el otro está demasiado afectado, enfadado, nervioso, etc. Es importante respetar también las circunstancias del otro para que la comunicación sea efectiva. Si obligamos a alguien a tratar un tema cuando para él no es el momento adecuado, nos podemos encontrar con respuestas que no favorecen el entendimiento.
- Reflexionar sobre lo que uno tiene que decir y cómo lo va a expresar. La idea es asegurarnos que a la otra persona le llegue exactamente la información que le quiero transmitir y no perdernos en otros detalles menos importantes.
- En ocasiones sacamos conclusiones de las palabras del otro, es decir, trabajamos con interpretaciones subjetivas que pueden estar sesgadas y damos a esa inferencia la categoría de “hecho real”. ¿y si hemos sacado una conclusión errónea? Es mejor pedir una aclaración de manera respetuosa antes de sacar una conclusión precipitada. Por ejemplo: “¿Cuándo me has dicho “esto”, qué es lo que me querías transmitir?”.
- El fin de iniciar una conversación potencialmente conflictiva va a ser acercarse a una solución. En ocasiones aprovechamos cuando salen temas delicados para “vomitar” sobre el otro nuestro enfado y entonces caeremos fácilmente en el uso de un lenguaje agresivo. Si el objetivo es solucionar el conflicto, debemos tratar de mantener una actitud diplomática que favorezca la comunicación. Para ello, además de dialogar sobre el problema en cuestión hay que dedicar un tiempo a buscar propuestas de solución, mejor cuanto más concretas sean. En caso de no existir una solución fácil, podemos, por lo menos, plantear ciertos acercamientos sobre los que ir trabajando poco a poco.
- Si alguna de las partes se altera durante la conversación, es mejor posponerla para otro momento. No se trata de no tener esa conversación, si no de retrasarla. Mientras tanto, ambas partes pueden reflexionar sobre lo que uno ha dicho, sobre lo que quería llegar a decir, sobre lo que el otro ha podido entender y viceversa (tratar de entender lo que el otro realmente querría haber dicho). La idea no es “envenenarse” más con lo ocurrido, si no de relajarse y tratar de acercarse a esa actitud conciliadora.
- Durante la conversación, es necesario tener en cuenta determinadas condiciones: escuchar al otro para entender y no solo para contestar (defenderse); respetar los turnos de palabra; evitar dramatizaciones, exageraciones y victimismos; no amenazar y no caer en un lenguaje inapropiado con insultos o descalificaciones. Es posible que tengamos normalizados algunos de estos elementos a evitar cuando surge un conflicto, pero también sabemos que no favorecen para nada la comunicación. Suelen obstaculizar el llegar a un entendimiento porque la conversación acaba convirtiéndose en un cruce de acusaciones donde cada vez la situación se pone más tensa y se hace inviable el acercarse a una solución.
Aprender a gestionar los conflictos y mantener una actitud asertiva durante los mismos es una habilidad que puede entrenarse y se aprende poco a poco.
No perdáis estos puntos de vista, y después de cada “discusión”, reflexionar sobre lo que uno ha hecho y si habría algo en mi actuación que se podría mejorar. Si detectamos algún fallo importante o consideramos que hemos podido “hacer daño” a la otra persona, siempre podemos ser responsables y pedir perdón por nuestros errores.
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